Ante el rebrote de casos y la amenaza de una nueva variante supercontagiosa que podría acelerar la pandemia, Francia impuso un draconiano toque de queda desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Durante 12 horas diarias, los franceses de todo el país están confinados puertas adentro, y todos los negocios deben permanecer cerrados.
Por La Nación
Restricciones similares rigen en Quebec desde principios de enero, donde rige un toque de queda de 20:00 a 05:00 todos los días. Los canadienses están al borde de un ataque de nervios, sobre todo esa mujer a la que se vio sacando a pasear a su novio con correa a las 9 de la noche, argumentando que durante el toque de queda eso estaba permitido, uno de los momentos más pintorescos e inesperados de la pandemia.
La pregunta para los científicos es la siguiente: ¿Las cuarentenas desaceleran la transmisión del virus? Y de ser así, ¿en qué condiciones, y hasta qué punto?
El toque de queda implica que la gente debe permanecer puertas adentro durante determinada cantidad de horas. La medida suele ser de carácter excepcional y se usa para apaciguar la agitación social, durante emergencias sanitarias o después de alguna catástrofe natural.
Pero los toques de queda también han sido utilizados como instrumentos de represión política y racismo sistémico. Hace décadas, en las así llamadas “sundown cities” (“ciudades ocaso”) de Estados Unidos, las personas negras no tenían permitido salir a la calle después de la caída del sol, y muchas veces hasta los desalojaban por la fuerza.
Con la evolución de la pandemia, Australia y muchos países de Europa impusieron toques de queda, con la teoría de que si la gente se quedaba en su casa a partir de determinada hora, la transmisión del virus se desaceleraría. Por lo general esos toques de queda fueron acompañados de otras medidas, como el cierre temprano de los comercios y el cierre total de las escuelas, por lo que es difícil evaluar la efectividad real del toque de queda por sí solo.
La evidencia científica sobre los toques dista de ser ideal. Para empezar, porque hace un siglo que no se producía una pandemia como esta. Y si bien intuitivamente el toque de queda parece algo lógico, es muy difícil precisar cuáles son sus efectos sobre la transmisión viral.
Ira Longini, experto en bioestadística de la Universidad de Florida, cree que los toques de queda son, en general, una forma efectiva de desacelerar la pandemia. Pero reconoce que su opinión es en base a la intuición.
«La intuición científica no debe ser descartada y nos dice mucho», señala Longini. «Pero eso que nos dice no se puede cuantificar.»
Maria Polyakova, economista de la Universidad de Stanford, está estudiando los efectos de la pandemia sobre la economía de Estados Unidos.
«En general, lo esperable es que el confinamiento frene automáticamente la pandemia, ya que reduce la cantidad de interacciones entre las personas», dice Polyakova.
«La contracara es que esa reducción de la actividad económica perjudica especialmente a muchos trabajadores y familias del sector servicios, que es enorme», agrega.
¿Vale la pena entonces el toque de queda? Polyakova no logra desentrañarlo.
«Si damos por hecho que las discotecas y demás locales nocturnos igual ya están cerrados, es poco probable que prohibirle a la gente dar una vuelta a la manzana con su familia a la noche reduzca las interacciones sociales», señala Polyakova.
Además, al virus le encantan los espacios cerrados, y los focos de infección más comunes se dan en el interior de los hogares. Por lo tanto, la pregunta más acuciante es si obligar a las personas a permanecer encerrada tantas horas ralentiza la transmisión o la acelera.
Un estudio publicado recientemente en la revista científica Science analiza datos de la provincia china de Hunan recolecatados al comienzo del brote. Los investigadores concluyeron que los toques de queda y las medidas de cierre tuvieron un efecto paradojal: las restricciones redujeron la propagación del virus dentro de la comunidad, pero aumentaron el riesgo de infección dentro de los hogares, señalan Kaiyuan Sun, becario postdoctoral en los Institutos Nacionales de Salud, y sus colegas autores del estudio.
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