Desde el inicio de la pandemia por el coronavirus hubo evidencias de que algunas personas afectadas eliminan material genético del virus en sus heces durante meses después de tener la enfermedad COVID-19. Esos casos se consideraron inicialmente como una curiosidad, pero ahora existe la sospecha de que los focos persistentes del coronavirus en el intestino, o en otros lugares del organismo humano pueden estar contribuyendo al desarrollo del COVID de larga duración o COVID Prolongado, un síndrome que puede implicar más de 200 síntomas.
El profesor David Walt y sus colegas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard descubrieron proteínas del coronavirus -más frecuentemente la proteína viral de la Espiga- en la sangre del 65% de los pacientes con COVID prolongado que analizaron, hasta 12 meses después de que habían sido diagnosticados.
El estudio de Harvard fue pequeño y preliminar y aún no pasó por la revisión de pares, pero proporciona algunas de las pruebas más convincentes hasta ahora de la idea de que los reservorios del virus podrían estar contribuyendo a la mala salud de las personas a largo plazo. “La vida media de la proteína de la Espiga en el cuerpo es bastante corta, por lo que su presencia indica que debe haber algún tipo de reservorio viral activo”, dijo Walt.
La proteína de la Espiga del coronavirus no se detectó en la sangre de los pacientes que tuvieron COVID-19 y que no tenían síntomas continuos.
Un trabajo anterior había detectado material genético del coronavirus en muestras de heces de niños con síndrome inflamatorio multisistémico (que se trata de una complicación grave que suele aparecer unas cuatro semanas después de contraer la infección). Al tratarlos con un fármaco que reducía la permeabilidad intestinal, se eliminaba rápidamente la proteína Espiga y mejoraban los síntomas.
Ahora, la hipótesis del doctor Walt es que algo similar a lo que se detectó en los niños puede estar ocurriendo en las personas con COVID largo. Si otros grupos de investigadores pudieran replicar los hallazgos de Walt, se acabaría la idea de que los focos del virus no siguen presentes en al menos algunos pacientes con COVID prolongado.
Otros grupos también han encontrado pruebas de que el virus sigue estando presente. Esto se conoce como “persistencia viral” en pacientes que se han recuperado de la infección por el coronavirus. En abril pasado, Ami Bhatt, de la Universidad de Stanford, California, Estados Unidos y sus colegas informaron que alrededor del 13% de las personas seguían eliminando ARN viral en sus heces cuatro meses después de contraer el coronavirus, y casi el 4% seguía haciéndolo a los siete meses.
Estas personas también reportaron síntomas gastrointestinales continuos, como náuseas, vómitos y dolor abdominal. “La cuestión es si la presencia continuada del virus en el intestino o en otro lugar puede hacer una especie de cosquillas al sistema inmunitario y hacer que haya síntomas persistentes”, dijo Bhatt.
En otra investigación, en la que se analizó el tejido intestinal de 46 personas con enfermedad inflamatoria intestinal que se habían recuperado de un cuadro leve, se descubrió que el ARN o las proteínas virales podían seguir detectándose en el 70% de los casos siete meses después. Aproximadamente dos tercios de estas personas declararon que seguían teniendo síntomas como fatiga o problemas de memoria, mientras que ninguno de los que no tenían el virus detectable lo tenía.
Otras investigaciones preliminares han recuperado el virus -en algunos casos, el virus replicado- de otros lugares anatómicos, como los ojos, el cerebro y el corazón, muchos meses después de que las personas se infectaran.
La persistencia viral también se observa en otras enfermedades, como el Ébola, en las que el virus se esconde en “santuarios anatómicos” como el globo ocular o los testículos, que son menos accesibles al sistema inmunitario, y que se cree que contribuyen a los síntomas continuos, como el dolor articular y muscular, o la fatiga, en muchos sobrevivientes.
Aun así, todavía no hay pruebas definitivas de que los reservorios virales contribuyan al COVID de larga duración o COVID Largo, y al doctor Bhatt le gustaría que se realizaran más estudios antes de llegar a esta conclusión. Algunos de ellos ya se están llevando a cabo.
Uno de los trabajos en curso es el estudio Recover de los Institutos Nacionales de Salud de EE.UU. Está buscando signos de coronavirus en muestras de heces y tejido intestinal de personas con COVID prolongado. “Este tipo de estudios será fundamental para empezar a dilucidar la relación entre los reservorios víricos a largo plazo y el COVID prolongado”, opinó Bhatt.
Si la persistencia del virus es realmente la causa de los síntomas de al menos un subconjunto de personas, también podría impulsar la investigación de los fármacos antivirales como tratamiento del COVID prolongado. Aunque esto puede parecer una obviedad, algunos virólogos están preocupados por las implicaciones de hacerlo.
“La idea de administrar a las personas una monoterapia antiviral a largo plazo para intentar eliminar el virus es una cuestión bastante controvertida porque, dada la gran adaptación del virus que observamos incluso en períodos cortos de tiempo, la posibilidad de que el virus se escape es extremadamente alta”, afirmó la doctora Deepti Gurdasani, epidemióloga clínica de la Universidad Queen Mary de Londres en diálogo con el diario The Guardian. “Creo que tenemos que empezar a pensar en terapias duales o triples, y probarlas, porque realmente no podemos permitirnos crear más mutantes de escape en este momento”.
Será un desafío para el futuro de la investigación clínica. Porque administrar a las personas una monoterapia antiviral a largo plazo para intentar eliminar el virus es una cuestión bastante controvertida porque existe el riesgo de que el virus mute y se escape.
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