Expulsados de su tierra natal por el caos económico, decenas de miles de personas viven una existencia precaria en las peligrosas calles de Maicao, en el norte de Colombia.
Axleny Machado ha dormido en un pedazo de goma espuma afuera de la terminal principal de autobuses de Maicao desde que llegó de Venezuela hace un año. Ella es una de las miles que viven en esta condiciones en la árida ciudad fronteriza de La Guajira, en el norte de Colombia, que ahora está luchando con la gran afluencia de migrantes y refugiados.
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Machado, de 24 años, tiene un pequeño carrito que alquila por día para vender cigarrillos, café y dulces a los viajeros. Si tiene suerte, gana alrededor de 4 libras por día, suficiente para cuidar de sí misma. Ella quiere irse de Maicao a otra ciudad colombiana y buscar oportunidades, pero el dinero no lo permite.
Desde que durmió en la terminal de autobuses, le han robado su pasaporte, ropa y teléfono.
“Prefiero dormir aquí que en el centro de la ciudad, ahora es realmente peligroso”, dice ella, sentada en un banco frente a la estación de autobuses con su hermana mientras su madre suda sobre una estufa de gas y cocina arroz.
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