La cita es el sábado en la Iglesia Chiquinquirá. Entre 80 y 100 voluntarios se reparten la tarea de preparar y servir unos 850 platos de comida a los necesitados, que vienen desde los alrededores de Caracas, los Valles del Tuy, Higuerote y de los barrios más pobres de la capital.
Ludmila Vinogradoff / ABC
Hace tres años los obispos de la Conferencia Episcopal Venezolano decidieron lanzar el programa social la «Olla Solidaria» para alimentar a los pobres pero en la Iglesia Chiquinquirá decidieron ir más allá y bautizar su jornada como la «Olla Milagrosa» en honor a San Isidro Labrador, un santo muy venerado en Madrid.
Carlos Gerome, un hombre sin dentadura con edad indefinida que se ve maltratado por la crisis, no se sonroja al auto calificarse en «situación de calle» o mejor dicho en la indigencia, dice a ABC. «Vivo en Chacao bajo un puente. Vengo aquí porque no quiero seguir comiendo de la basura», dice apretando contra su pecho su deshilachado morral, de los que el régimen chavista regala a los niños en las escuelas públicas.
Gerome llegó a Caracas desde su natal isla de Margarita. En la capital lo atrapó la crisis, se quedó sin trabajo y ahora deambula como alma en pena sin dinero para regresar a su isla donde podía pescar y no se moría de hambre sacando una sola sardina al día.
Pero Caracas es otra cosa. El régimen de Nicolás Maduro ha salvado la capital de dejarla sin gasolina. Aunque escasea se consigue agua, gas y electricidad de manera racionada y a cuenta gotas. Pero en el interior los venezolanos pasan seis meses sin los servicios básicos y cocinando a leña.
Por la escasez aunque menos aguda, la capital se ha visto desbordada de indigentes, mendigos y desplazados de la provincia que no han podido escapar caminando por la frontera hacia Colombia, Perú y Chile.
La FAO de las Naciones Unidas señala que el hambre se triplicó en los últimos dos años (2016-2018). En su último informe afirma que casi 7 millones de venezolanos están en el umbral de la hambruna. La pobreza extrema o la indigencia se disparó del 11% a más del 30% de la población mientras que el 90% de los venezolanos (unos 27 millones de personas) se ubica en el nivel de pobreza general.
Ana Acevedo, tiene 62 años y es abuela de siete nietos. Vive en Antímano, un barrio pobre de la capital venezolana. «Es la primera vez que vengo a este comedor. Vivo con mi hijo, la nuera y los nietos en una casita. Soy lavandera y de eso vivimos pero lo que ganamos lavando ropa no nos alcanza ni para comer. Nunca he visto tanta miseria en los últimos 29 años que vivo en el barrio. El próximo sábado voy a traer a mis nietos a comer en la iglesia Chiquinquirá», dijo rompiendo en llanto.
Elsy Da Costa y Alcira de Hopkins, son dos de las voluntarias que coordinan la logística del comedor católico desde hace dos años y medio. «Empezamos a preparar la comida, cortar las verduras y hortalizas el viernes por la tarde, la refrigeramos y el sábado amanecemos cocinando. Nos ayudan algunos chef de restaurantes y tenemos la donación de pan de las panaderías amigas».
El nombre de la «Olla Milagrosa» surge inspirada en el santo madrileño San Isidro Labrador, cuya olla nunca se vaciaba cuando daba de comer a los pobres. “Ese es el milagro, una vez no teníamos arroz y rogamos al cielo. Bueno, de pronto apareció un paquete grande de arroz y lo cocinamos para los pobres”, dijo a ABC Alcira de Hopkins.
La parroquia San Judas Tadeo comenzó hace dos años y medio el programa con 60 platos pero ese mismo día se duplicó a 120. «Ha ido aumentando de manera veloz por la crisis y el hambre. Ya vamos por 850 platos la jornada del sábado y la demanda crece de manera vertiginosa», dice Susana Mas, coordinadora del sector farmacéutico de beneficencia.
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El centro católico ha carnetizado a 600 personas que frecuentan todos los sábados la parroquia. La mayoría son personas de tercera edad, mujeres y niños. Pero hay otros 250 que no están afiliados sino que vienen de vez en cuando, cuando tienen apetito. Mientras esperan su turno reciben charlas de evangelización y valores humanos.
Con información de ABC