Los incontestablemente locos que estamos
Si la magia es algo que ha impregnado la realidad latinoamericana, también es parte de nuestro derrumbamiento apocalíptico. Sin dejar de ser trágica, nuestra realidad mágica es cómica. No lo digo sólo por los presidentes López Obrador y Bolsonaro, cuyos avances públicos en medio de la pandemia han sido tan extravagantemente desacertados que no pueden ser parte de una estrategia política, no, tales desaciertos (por usar un eufemismo) obedecen a un delirio innato, celular, ontológico. No es que pareciera que los latinoamericanos actuamos como locos, no, es que incontestablemente lo estamos.
Si no me creen volteemos el rostro a Venezuela.
El ideal en ruinas
El país más rico de América Latina, con recursos naturales suficientes como para ser pionero mundial en desarrollo industrial, avance científico o adelanto tecnológico, con posibilidades reales de tener la mejor y más moderna infraestructura o el más indetenible crecimiento económico, con la tradición liberal más descollante de Las Américas (cuna de Libertadores), cuya democracia y modernidad otrora fueran ejemplo no sólo latinoamericano sino mundial, está sumido en una crisis socioeconómica tan injustificable como apocalíptica.
Mientras tanto Maduro y Cabello, sus dictadores, bailan.
La celebración del suicidio
El apocalipsis mágico venezolano se fue desarrollando gradualmente, no ocurrió de la noche a la mañana. Pienso que inició con la paulatina y escalonada inmoralidad de sus élites (todas: económicas, políticas, culturales, religiosas) y encontró un momento culminante –de repulsión y deterioro– cuando el presidente Rafael Caldera, a un tiempo ángel “creador” y “exterminador” de la democracia, con magia apocalíptica indultó al teniente coronel y asesino en serie Hugo Chávez, después de haber matado a miles de venezolanos en sus sendos golpes de Estado.
Vergüenza histórica que las élites celebraron hasta la ebriedad con whisky escocés.
El pirata-caribe que nos habita
El debate antropológico venezolano, a diferencia de otras culturas, no gravita en lo racial, religioso o étnico, tampoco se muerde a sí mismo –como en México o Perú– por la querella interminable de la colonización o el mestizaje, nuestra dicotomía es otra, acaso más elemental y rústica, pero sin duda más peligrosa, es entre la civilización o la barbarie. Venezuela no se funda en un cruce de dos culturas avanzadas, sino en el mestizaje de dos castas salvajes y forajidas: los piratas con los caribes. Las balas de los primeros subyugaron a los segundos. Siempre las balas.
El bárbaro que somos aparece, arrasa con la civilización y se impone con balas.
El discreto encanto de la boliburguesía
Habita un pirata-caribe en nuestra psique, está ahí, a veces lo domanos y somos civilizados (demócratas), a veces no. Cuando aflora lo hace de manera despiadada, cruel, arrebata riquezas, viola niñas, trafica oro y petróleo, se emborracha y droga en medio de una pandemia universal, encarcela, tortura, asesina y mientras lo hace baila. Eso es el chavismo y su boliburguesía corrupta, una casta criminal cuyo discreto encanto no por mágico deja de ser ruinosamente apocalíptico. Los asesinos, bañados de sangrienta bestialidad, pese a ser ateos reconocidos, van a misa (con tapabocas) y se dan golpes de pecho erguidos sobre los escombros que causaron en el país, y sonríen a las cámaras.
“La paz sea contigo”, mientras nos torturan y asesinan.
La magia de amar al verdugo
El pirata-caribe se roba la luz y el agua, se corrompe en toda oportunidad, exige gasolina regalada, invade tierras y propiedades ajenas, secuestra y extorsiona, asalta en las calles, acribilla por una medallita de oro o un reloj (que son tesoros), da un golpe de Estado, más bien dos, los piratas-caribes lo hacen presidente (es su líder), confisca, expropia (que es robar), devasta todo, crea una cárcel monumental, tortura, mata, sodomiza, trafica droga, se enferma y muere, deja a su amado, sí, a su compañero más íntimo, otro pirata, en el poder que rige con una casta de asesinos. ¡Mágico!
Un amor que en tiempo de cólera (pandemia) nos ha ulcerado.
Apocalipsis Mágico
No es realismo mágico porque no vuelan mariposas amarillas ni aparecen fantasmas gentiles en el inmenso jardín natural que es Venezuela. Allí las “mariposas” son balas cegadoras y el fantasma, que aparece y desaparece, es un criminal que desde que se presentó el 4 de febrero de 1992 no ha dejado de aniquilar al país mientras habló de amor, paz y prosperidad. No hay agua, luz ni gasolina, no hay medicina ni comida, sólo un delincuencial y corrupto tráfico de oro, petróleo y droga, y, sin embargo, mágicamente algunos “opositores” imploran cohabitar con su verdugo.
Elegirse con ellos, hacer política, convivir y amarse hasta la eternidad en el apocalipsis.
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