Cientos de personas recorren sin rumbo fijo las calles de Caracas en busca de una oportunidad que les permita sobrevivir cada día. Detrás de muchas de ellas existe una historia que demuestra que la fortuna de tener un techo o una educación se puede desvanecer sin previo aviso.
Por Adriana Fernández | Diario de Caracas
Pasos silentes de personas en situación de vulnerabilidad recorren Caracas cada día en busca de una oportunidad. Algunos no cuentan con ningún grado de instrucción académica; otros han tenido entre sus manos un título universitario que certifica años de estudio. Sin embargo, todos tienen algo en común, y es que las calles de la capital han formado parte de sus vidas para marcar un antes y un después.
Caracas está llena de historias por contar que, en la mayoría de los casos, pasan desapercibidas ante la mirada de la comunidad. A pesar de ello, desde hace casi dos años el Panabus, un vehículo que brinda atención a quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad, ha servido como punto de encuentro para conocer a las personas que sobreviven en la calle. El Diario de Caracas conversó con cinco venezolanos que abordaron esta unidad móvil.
Juan Carlos Torres: “Nunca tuve una sonrisa”
Una cicatriz sobre su ceja derecha es solo una de las tantas marcas que la calle ha dejado en el cuerpo de Juan Carlos Torres, de 27 años de edad. El concepto de un hogar ha sido ajeno para él, y es que a pesar de tener cinco hermanos, nunca conoció a sus padres biológicos.
A los 2 años de edad llegó a la Fundación Amigos del Niño que Amerita Protección (Fundana), lugar en el que permaneció hasta los 7 años, cuando fue enviado a un retén en condiciones inhumanas.
“A los 10 años aprendí a fumar marihuana y a tomar alcohol en el retén. Ahora el alcohol me da asco de tanto que tomé”, cuenta Torres, quien fue testigo de violaciones en el lugar. Agrega que dos de sus hermanos también estaban en el mismo sitio; sin embargo, ambos fueron asesinados por otros internos, uno por asfixia y otro por heridas de arma blanca.
A los 16 años de edad cayó del segundo piso del retén al tratar de huir, por lo que tuvo que ser sometido a una operación quirúrgica que lo dejó en silla de ruedas durante siete meses. Una cicatriz en su espalda baja siempre le recuerda el accidente.
Aquel evento no le quitó la motivación de escapar, así que volvió a intentarlo. El resultado fue un disparo en la parte baja del abdomen que le provocó daños en el conducto urinario y en su sistema reproductivo.
“Cuando uno es niño, siempre quiere tener una sonrisa. Yo nunca la tuve. Hoy tampoco la tengo”, comenta.
Cuando cumplió la mayoría de edad logró salir a las calles, gracias a que conoció a un hombre que lo llevó a Mérida para enseñarle sobre la cría de cerdos durante dos años. Al terminar su aprendizaje, viajó con un amigo hasta Carabobo, donde también se instruyó sobre la cría de pollos y ganado; pero los constantes robos de los animales por parte de antisociales le hizo regresar a Caracas.
Una vez en la capital, comenzó a trabajar en un ancianato donde conoció a una patóloga forense que le enseñó a preparar cadáveres, conocimiento que le sirvió para conseguir un trabajo en la Funeraria Vallés. Durante aquel periodo vivió junto a una novia en una habitación en Capitolio, que era alquilada por un grupo de colectivos.
“Ellos (los colectivos) lo que hacen es que llegan a un lugar, lo invaden y comienzan a alquilar las habitaciones. Yo pagaba mensualmente”, detalla.
Diversos conflictos laborales lo motivaron a irse de la funeraria luego de tres años de trabajo, mientras que una decepción amorosa lo hizo abandonar la habitación que había alquilado. Desde entonces, las calles componen fragmentos de su vida.
Lee la nota completa en Diario de Caracas