Todo el mundo conoce a Franklin Cáceres en su barrio del extremo oriental de la capital venezolana. Un vendedor ambulante dirige a un visitante cuesta abajo, más allá de una curva y a la izquierda. Un estudiante de secundaria señala la casa y el negocio de Cáceres.
Al menos la mitad de la población de Venezuela vive en la pobreza.
Las casas que cubren una empinada colina en este rincón de Petare tuvieron agua corriente. Cuando dejó de llegar hace 13 ó 14 años, el régimen enviaba esporádicamente un camión cisterna. Luego también dejó de hacerlo. Luego llegaron los distribuidores privados con camiones cisterna o vehículos más pequeños que hoy en día venden 200 litros (53 galones) por 2 dólares, lo que equivale a dos quintas partes del salario mínimo mensual del país.
En Petare no hay previstas celebraciones para el Día Mundial del Agua del miércoles. Pero muchos alabarán durante mucho tiempo el ingenio de Cáceres.
“Es famoso”, dijo una vecina, Gregoria Morao.
La casa de Cáceres está a 700 metros cuesta arriba del pozo de una cantera abandonada. Durante un tiempo, él y sus vecinos caminaban hasta el pozo, llenaban todo tipo de recipientes y los llevaban de vuelta a sus casas.
A medida que crecía la necesidad, tanto de agua como de una fuente de ingresos, dijo Cáceres, vio una oportunidad de negocio y una forma de ayudar a sus vecinos.
Con dinero propio y prestado -y una bomba de agua donada por el gobierno local- conectó una serie de mangueras hasta llegar al pozo y empezó a alimentar los depósitos de su casa. Luego conectó más mangueras hasta que fueron lo bastante largas para llegar a los depósitos de sus vecinos.
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