Presa de una crisis durante el confinamiento, María Gabriela Tablera intentó suicidarse en su casa en Venezuela, un país de por sí colapsado donde la salud mental ha ido en picada con la virulenta segunda ola de covid-19.
AFP
«Me intenté quitar la vida (…) porque ya, de verdad, no quería vivir», recuerda Tablera, estudiante de cine de 25 años, que ha sufrido varios ataques de pánico desde aquel intento fallido en agosto de 2020.
«El no poder salir, el no poder tener tu rutina diaria, hace que tu mente se deprima y decaiga», continúa esta morena, tatuada y de pelo rizado. El tapabocas, dice, le «genera ansiedad».
Su estabilidad mental, así como la de muchos venezolanos, está en jaque a la sombra de una segunda ola de covid-19 que ha desbordado hospitales en este país con un sistema de salud precario.
La pandemia se une a ocho años de recesión donde la pobreza ganó terreno, los salarios se diluyeron producto de una inflación galopante, la moneda local se desplomó y se impuso el dólar, dejando a muchos rezagados.
La crisis atiza los desbalances mentales que afloran con el covid-19, creando un «caldo de cultivo» que, para muchos, es «la gota que derramó el vaso», explica Juan Carlos Canga, presidente de la Federación de Psicólogos de Venezuela (FPV).
Venezuela, con 30 millones de habitantes, registra poco más de 200.000 contagios y 2.200 muertes, aunque organizaciones como Human Rights Watch consideran que los balances oficiales esconden un elevado subregistro.
Como en el resto del mundo, «se han incrementado los niveles de ansiedad, angustia, tristeza, depresión», señala Canga.
En agosto la Organización Panamericana de Salud (OPS) advirtió de una «crisis de salud mental» inédita en el continente americano a raíz del aislamiento por la pandemia, y en noviembre alertó que sus efectos probablemente «persistan» una vez el virus sea controlado.
«Ahorita estoy aprendiendo a cómo vivir, pero la vida no viene con una receta», lamenta la joven.
Tres suicidios diarios
El régimen de Nicolás Maduro, mantiene una cuarentena que intercala una semana «radical», cuando solo pueden abrir comercios esenciales, con una «flexible», que permite salir a la calle sin mayores restricciones.
Sin embargo, ante la virulencia de la segunda ola, decretó en marzo un confinamiento de dos semanas.
Entonces Paola Hernández, operadora del servicio telefónico gratuito de atención psicológica de la FPV, vio un pico: «se duplicó el número de llamadas que habíamos tenido en enero y febrero».
Desde un pequeño e iluminado consultorio en Caracas, Hernández usa un seudónimo al atender un teléfono negro que deja en altavoz durante los 45 minutos de sesión.
«La mitad de las llamadas (…) son por síntomas de ansiedad, ataques de pánico, problemas de insomnio», explica la psicóloga de 32 años.
El resto alterna casos de depresión y problemas familiares. También hay ideas suicidas, que Hernández dice, la mayoría de las veces, «llegan a un punto» en la conversación «en que la persona reconoce que hay otras alternativas».
Pero aclara que su alcance «es muy limitado». El Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), ONG de referencia en el país ante la escasez de cifras oficiales, dio cuenta de tres suicidios diarios en 2020, 22 cada semana.
Según su informe anual, 78,2% del total ocurrieron desde que se decretó la cuarentena en marzo del año pasado.
Tabú
En Venezuela, país fervorosamente católico y conservador, hablar de suicidios es tabú.
Pese a ello, las redes sociales han servido para difundir llamados pidiendo ayuda profesional en casos de depresión y otros trastornos.
Jonathan Alvarado decidió abrirse al ver el caso de un joven que se suicidó en Maracaibo, la segunda ciudad más importante del país, uno de tantos reportes extraoficiales que figuran en Twitter.
«Dije que me sentía identificado porque tenía dos intentos de suicidio (…), quizá él también se sentía como yo», cuenta este guía turístico de 27 años.
La pandemia, continúa, se suma a sus problemas personales. Tiene meses desempleado y subsiste con sus ahorros en medio de una economía dolarizada. «Al verte encerrado, verte que no estás haciendo nada, esos temas cobran un poco más de fuerza».
De a poco, el tabú se rompe. «La intensidad de la crisis es de tal nivel que está afectando ese paradigma», dice Canga.
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