Sin duda alguna, el 4 de febrero la democracia venezolana no tiene nada que celebrar.
Por La Patilla / Con información de La Razón
Sin embargo, el régimen chavista, liderado por Nicolás Maduro, está obligado a mantener vivo el mito de una “revolución” (o roboloución) que nació esta misma fecha, pero en el año 1992 y por eso este sábado convocó a sus “seguidores” (voluntariamente o no) a concentrarse en la avenida Nueva Granada a partir de las 9 de la mañana para dar una “demostración de fuerza”.
Esta celebración anual es, en buena medida, el soporte ideológico del Estado chavista para mantener control de su propia burocracia.
Se trata de un mito que solo sirve para animar a las también desahuciadas bases chavistas que al igual que el resto de los venezolanos padecen por el descalabro económico, con la única diferencia de que aquellos tienen que repetir el estribillo, según el cual, con el chavismo Venezuela es el mejor país del mundo.
Para los venezolanos que creyeron en el mesiánico discurso de Hugo Chávez en 1992 ha sido un doloroso desengaño que ya cumplió un tercio de siglo y sigue contando. Los únicos que hoy le dan un crédito positivo al fracasado proyecto bolivariano son aquellos que directa o indirectamente están conectados con el régimen, aquellos que sacan beneficios a costa de la muerte, el sufrimiento y la desgracia de quienes se oponen a vivir en dictadura.
Las protestas masivas que hoy recorren toda Venezuela en demanda por salarios justos y condiciones laborales dignas, han visto nuevos protagonistas y nuevas caras en chavistas y ex chavistas, que no les ha quedado otra reacción racional que salir a protestar contra su propio régimen que los está matando de hambre.
El discurso de Hugo Chávez en 1992 iba directamente en contra de lo que él calificó como la IV República “plagada de corrupción, injusticias y pobrezas”. La retórica de Chávez fue amplificada por algunos medios de comunicación que se dieron a la tarea de promover una Venezuela que se despreciaba a sí misma, que renegaba de su historia y que “solo podría redimirse de la mano salvadora del mesías Hugo Chávez”.
Frente a las supuestas miserias de la llamada IV República, Hugo Chávez propuso como alternativa su V República como modelo político de riqueza, justicia social e impoluta honestidad. La propaganda destructora de lo que había antes y sublimadora de las bondades que ofrecía Chávez fue tan potente que no solo convenció a muchos venezolanos para votar por él, sino también para otorgarle un cheque en blanco, aceptando la legitimidad de la Constituyente de 1999 que concentró todos los poderes en una sola persona.
La V República de Chávez se instaló con masivo apoyo popular e institucional y con plenos poderes monárquicos, sin contrapesos ni controles, para hacer realidad el sueño de emancipar social y económicamente a los venezolanos con justicia y honestidad.
El sueño se transformó súbitamente en una pesadilla
Uno de los primeros eventos que inauguró este régimen caracterizado por la miseria y la corrupción, fue precisamente el saqueo de los dineros del Plan Bolívar 2000, que nunca pudieron ser auditados por ser calificados como “secreto militar”. Y de ahí en adelante sería un escándalo tras otro, todos protegidos por la más absoluta impunidad que el Estado chavista garantiza a sus operadores.
La corrupción ha sido la firma que identifica al régimen chavista, pero el sello de autenticidad lo pone la pobreza en que están sumidos los millones de venezolanos que no ganan lo suficiente para comer y llevar una vida digna.
El 4 de febrero de 1992 Hugo Chávez se alzó contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez justificando su golpe con la corrupción y la pobreza que en ese entonces agobiaba a Venezuela.
Hoy, 31 años después de la llamada revolución bolivariana, el Estado chavista se ha instalado como un verdadero emporio de corrupción y millones de venezolanos están pasando hambre. De acuerdo con varios analistas políticos e intelectuales, el régimen chavista ha sido el más corrupto de la historia republicana y hoy Venezuela es más pobre que en 1998. El 4 de febrero de 1992, con sus promesas demagógicas de redención social y decencia pública, ha sido quizás la estafa política más grande que han sufrido los venezolanos.
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