“Esa es mucha moto para ti”, “¡Ésa no puede!”. Ana Julia Mosquera se ha hecho una coraza contra las frases sexistas que suelen gritarle cuando maneja su moto de alta cilindrada por la violenta Caracas.
Por Margioni BERMÚDEZ / AFP
Esta productora audiovisual de 32 años busca que las Ratgirls, una hermandad de motorizadas surgida en 2014 en la capital de Venezuela, ganen respeto en el mundo “biker”, reservado durante décadas a los hombres.
“Todo el tiempo nos pasan cosas locas en la calle”, narra Ana Julia, que destaca, en contraste, el trato igualitario por parte de algunos “hermanos” motorizados.
Un chaleco de cuero negro con líneas naranjas identifica al motoclub donde tienen cabida 23 integrantes con motos de distintas cilindradas. “Larga vida”, se lee entre las insignias de la prenda que lleva bordados sus rangos y cargos.
Cuando rueda sola, Ana Julia, presidenta de la hermandad desde hace cuatro años, suele ocultar su larga cabellera azabache dentro del casco y usa ropa más ancha para disimular sus curvas.
“A veces prefiero conducir pareciendo un hombre, por seguridad”, asiente.
Su temor es válido, pues han intentado robarla al menos tres veces, algo común en un país con una criminalidad tan alta que la obliga a guardar la batería de su moto en una jaula.
Según el régimen, en 2019 la tasa de homicidios cerró en 21 por cada 100.000 habitantes, en tanto que la ONG Observatorio Venezolano de Violencia la ubicó en 60,3 por cada 100.000 personas, unas diez veces por encima de la media mundial.
La posibilidad de ser víctima de la delincuencia se reduce al salir en “patota” (grupo). Sin embargo, algunas veces las han confundido con “colectivos”, civiles presuntamente armados afines al régimen de Nicolás Maduro que suelen desplazarse en motos.
Cultura machista
Las Ratgirls nacieron como parte del motoclub mixto Ratas, que más tarde cambió a una categoría que solo acepta hombres, pero sigue compartiendo en algunos eventos con sus pares mujeres, señala José González, vicepresidente de Ratas MC.
La decisión de separarse no estuvo en manos de José; se basó en normas que rigen el movimiento biker a nivel mundial.
Ana Julia se aparta de una caravana que partió desde Caracas a El Hatillo, a las afueras del área metropolitana, para acompañar a una “hermana” cuya moto sufrió una leve avería.
Las Ratgirls ruedan a menudo fuera de la capital, gracias al irrisorio precio del combustible en este país petrolero. Es una ventaja “contar con una gasolina prácticamente gratuita”, remarca Ana Julia.
Algunas aprendieron a reparar sus “máquinas”. Jennifer Rodríguez, gerente de una empresa de exportaciones, recién le ajustó los tornillos a su moto.
Con doble nacionalidad española y venezolana llegó al motoclub hace más de un año, logrando llenar el vacío dejado por la migración de su familia, un reflejo del éxodo de 4,8 millones de personas estimado por la ONU desde finales de 2015.
“Empecé a rodar con ellas y me quedé, ahora son mi familia”, comenta Jennifer, madre soltera de una niña de 10 años.
José, un fotógrafo profesional de 47 años, reconoce que en Venezuela existe una “cultura machista” opuesta a las mujeres “biker”.
“Aunque me puedan criticar (…), las Ratgirls han hecho mejor trabajo que otros, ruedan más y hacen más actividades que muchos motoclubes (de hombres)”, subraya José, corpulento y de hablar pausado.
Pese a los ataques, Ana Julia está convencida de que la única manera de sobrellevar el machismo es con trabajo. “Tenemos un lema: nadie es más que nadie si no trabaja más que el otro”.
Me siento poderosa
Maryelitza Sánchez, con 48 años y divorciada, se siente “poderosa” desde que aprendió a manejar moto, forzada en principio por la “necesidad” de transporte.
“Lo único que había manejado en mi vida era bicicleta”, cuenta sonriente a la AFP la espigada entrenadora personal con dos hijos de 11 y 14 años.
Desde niña se sintió atraída por manejarlas, pero sus padres se lo impidieron por temor. Luego, se casó y su esposo tampoco la apoyó. “Andábamos en carro”, recuerda.
Su historia cambió hace dos años, cuando se divorció y le tocó desplazarse en el colapsado metro de la capital de Venezuela.
“Todos los días vivía un evento diferente en el metro, siempre tenía algún problema, llegaba tarde, o no llegaba”, relata.
Luego de dos caídas venció el miedo y un mes después de conducir su moto paseo de 300 dólares conoció el motoclub, cuyo centro de operaciones en un antiguo bar de Caracas que ofrece cerveza fría y rock.
“Es una sensación de libertad única, de dominio, de control, de poderío. Me siento poderosa cuando estoy en la moto”, añade Maryelitza.
Las Ratgirls encarnan una cruzada que busca sensibilizar a los más ortodoxos. “Me estoy lanzando a la guerra”, dice su presidenta, Ana Julia.
“Esa es mucha moto para ti”, “¡Ésa no puede!”. Ana Julia Mosquera se ha hecho una coraza contra las frases sexistas que suelen gritarle cuando maneja su moto de alta cilindrada por la violenta Caracas.
Por Margioni BERMÚDEZ / AFP
Esta productora audiovisual de 32 años busca que las Ratgirls, una hermandad de motorizadas surgida en 2014 en la capital de Venezuela, ganen respeto en el mundo “biker”, reservado durante décadas a los hombres.
“Todo el tiempo nos pasan cosas locas en la calle”, narra Ana Julia, que destaca, en contraste, el trato igualitario por parte de algunos “hermanos” motorizados.
Un chaleco de cuero negro con líneas naranjas identifica al motoclub donde tienen cabida 23 integrantes con motos de distintas cilindradas. “Larga vida”, se lee entre las insignias de la prenda que lleva bordados sus rangos y cargos.
Cuando rueda sola, Ana Julia, presidenta de la hermandad desde hace cuatro años, suele ocultar su larga cabellera azabache dentro del casco y usa ropa más ancha para disimular sus curvas.
“A veces prefiero conducir pareciendo un hombre, por seguridad”, asiente.
Su temor es válido, pues han intentado robarla al menos tres veces, algo común en un país con una criminalidad tan alta que la obliga a guardar la batería de su moto en una jaula.
Según el régimen, en 2019 la tasa de homicidios cerró en 21 por cada 100.000 habitantes, en tanto que la ONG Observatorio Venezolano de Violencia la ubicó en 60,3 por cada 100.000 personas, unas diez veces por encima de la media mundial.
La posibilidad de ser víctima de la delincuencia se reduce al salir en “patota” (grupo). Sin embargo, algunas veces las han confundido con “colectivos”, civiles presuntamente armados afines al régimen de Nicolás Maduro que suelen desplazarse en motos.
Cultura machista
Las Ratgirls nacieron como parte del motoclub mixto Ratas, que más tarde cambió a una categoría que solo acepta hombres, pero sigue compartiendo en algunos eventos con sus pares mujeres, señala José González, vicepresidente de Ratas MC.
La decisión de separarse no estuvo en manos de José; se basó en normas que rigen el movimiento biker a nivel mundial.
Ana Julia se aparta de una caravana que partió desde Caracas a El Hatillo, a las afueras del área metropolitana, para acompañar a una “hermana” cuya moto sufrió una leve avería.
Las Ratgirls ruedan a menudo fuera de la capital, gracias al irrisorio precio del combustible en este país petrolero. Es una ventaja “contar con una gasolina prácticamente gratuita”, remarca Ana Julia.
Algunas aprendieron a reparar sus “máquinas”. Jennifer Rodríguez, gerente de una empresa de exportaciones, recién le ajustó los tornillos a su moto.
Con doble nacionalidad española y venezolana llegó al motoclub hace más de un año, logrando llenar el vacío dejado por la migración de su familia, un reflejo del éxodo de 4,8 millones de personas estimado por la ONU desde finales de 2015.
“Empecé a rodar con ellas y me quedé, ahora son mi familia”, comenta Jennifer, madre soltera de una niña de 10 años.
José, un fotógrafo profesional de 47 años, reconoce que en Venezuela existe una “cultura machista” opuesta a las mujeres “biker”.
“Aunque me puedan criticar (…), las Ratgirls han hecho mejor trabajo que otros, ruedan más y hacen más actividades que muchos motoclubes (de hombres)”, subraya José, corpulento y de hablar pausado.
Pese a los ataques, Ana Julia está convencida de que la única manera de sobrellevar el machismo es con trabajo. “Tenemos un lema: nadie es más que nadie si no trabaja más que el otro”.
Me siento poderosa
Maryelitza Sánchez, con 48 años y divorciada, se siente “poderosa” desde que aprendió a manejar moto, forzada en principio por la “necesidad” de transporte.
“Lo único que había manejado en mi vida era bicicleta”, cuenta sonriente a la AFP la espigada entrenadora personal con dos hijos de 11 y 14 años.
Desde niña se sintió atraída por manejarlas, pero sus padres se lo impidieron por temor. Luego, se casó y su esposo tampoco la apoyó. “Andábamos en carro”, recuerda.
Su historia cambió hace dos años, cuando se divorció y le tocó desplazarse en el colapsado metro de la capital de Venezuela.
“Todos los días vivía un evento diferente en el metro, siempre tenía algún problema, llegaba tarde, o no llegaba”, relata.
Luego de dos caídas venció el miedo y un mes después de conducir su moto paseo de 300 dólares conoció el motoclub, cuyo centro de operaciones en un antiguo bar de Caracas que ofrece cerveza fría y rock.
“Es una sensación de libertad única, de dominio, de control, de poderío. Me siento poderosa cuando estoy en la moto”, añade Maryelitza.
Las Ratgirls encarnan una cruzada que busca sensibilizar a los más ortodoxos. “Me estoy lanzando a la guerra”, dice su presidenta, Ana Julia.