En la sala de espera de un consultorio médico en Santa Lucía, municipio Paz Castillo de Valles del Tuy, estado Miranda, 10 niños sentados con sus madres aguardan turno para pasar a consulta. Niños y madres a quienes, detrás de la delgada piel, se les adivinan con facilidad los huesos. Sus ojos se ahogan en unas profundas ojeras. Las miradas perdidas, fijas en algún punto de las paredes blancas.
Alexandra Sucre / La Vida de Nos
La fuerza parece haber abandonado a estos niños de entre uno y tres años de edad. No ríen ni lloran. No se inquietan. Ninguno se anima a levantarse a corretear.
Quizá ese desgano es producido porque no se han estado alimentando bien: apenas comen una arepa de maíz pilado sin relleno o una taza de arroz al día. Las jóvenes madres esperan ansiosas el turno para entrar con el especialista que las citó esta mañana de febrero de 2019. Les dijeron que él podría ayudar a que sus hijos alcancen la talla que corresponde a sus edades y lleguen a tener un desarrollo normal.
La puerta del consultorio se abre y un hombre joven, alto y de tez morena, comienza a llamar a cada paciente. Tiene una mirada dulce, un tono de voz suave y sonríe. Esos detalles que una madre siempre recuerda y agradece.
Una vez adentro, el hombre les da la bienvenida. A los niños primero los examina el médico Francisco Peñalver, para establecer su estado de salud, constatar la desnutrición y verificar que no padecen de otra patología que pueda ser contraproducente con el tratamiento que recibirán. Y después, el joven asume nuevamente la batuta. Les pregunta sobre sus hábitos alimenticios. Y ellos responden que comen arepas de maíz pilado solas o untadas con margarina, caraotas o lentejas y arroz. Luego, revisa los resultados de la hematología completa que han llevado.
Toda esta información es suficiente para dar inicio a la administración de un tratamiento que pretende devolver a estos diez niños, en tan solo 21 días, el peso y el tamaño que no han alcanzado por las carencias nutricionales de sus primeros años de vida.
Ese hombre afable es Óscar Vásquez, nutricionista egresado de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Y tiene fe en este procedimiento: ha esperado dos años para ejecutar esta, la prueba final de su investigación.
Óscar siempre quiso ayudar a la gente. De niño soñaba con ser médico. En la adolescencia, sin embargo, entendió que la medicina no era lo que muestran las series de televisión. A él no le gustaba ver sangre. Así que cuando se graduó de bachiller, aplicó —y quedó— para estudiar Nutrición y Dietética en la UCV. A medida que avanzaba, la carrera comenzó a gustarle. Se dio cuenta de que era tan importante como medicina: la nutrición es la base para la prevención de enfermedades, incluso es fundamental para la cura de algunas. Se sentía a gusto en las prácticas en hospitales y haciendo investigaciones.
En 2010 recibió su título. Comenzó a trabajar en un instituto de salud, atendiendo pacientes. En 2016 ya Venezuela estaba sumida en una aguda crisis económica que hacía estragos en la alimentación de la población. Ese año, de los 20 niños que atendía diariamente, no había uno que saliera de su consultorio sin ser diagnosticado con desnutrición moderada o grave. Madres, padres y abuelas llegaban ahogados en llanto por la desesperación que les causaba no tener los recursos para llevar a casa el mercado mínimo, o porque hacían largas colas en establecimientos de comida y no conseguían los alimentos.
También a diario, en las calles de su comunidad de los Valles del Tuy, y en las calles de Caracas, Óscar se topaba con niños flacos, con la piel pegaba a los huesos y miradas perdidas.
Óscar hacía todo lo posible para ayudar a sus pacientes. Eran niños en pobreza extrema, así que los refería a algún comedor en su comunidad donde pudieran recibir al menos una comida completa al día. Sabía que no podía recetarles bebidas como PediaSure o Sustagen por dos razones: los padres no tenían los recursos para costearlas y en el estado en que se encontraban los niños era riesgoso, porque esos suplementos deben mezclarse con agua. Y en las comunidades donde el servicio de agua corriente no es constante ni de calidad, el producto puede contaminarse. Eso solo empeoraría las cosas.
Fue en ese mismo 2016, cuando Óscar comenzó a estudiar una maestría en Planificación Alimentaria y Nutricional. Desde el comienzo debía desarrollar su tesis de grado. Y pensando en todo lo que veía a diario, no dudó en que debía enfocarse en hacer algo que ayudara a paliar esa situación.
Se le ocurrió crear un suplemento alimenticio para contrarrestar los efectos de la desnutrición. Se paseó por distintas posibilidades. Hizo estudios de mercado sobre los ingredientes que necesitaba. A comienzos de 2018, luego de obtener la aprobación de sus profesores, Óscar inició el desarrollo de su alimento.
En primer lugar, usó como guía las recomendaciones del Codex Alimentarius, las normas internacionales de los alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura(FAO) y de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este manual establece de manera obligatoria que una de las características del producto es que debe estar enriquecido con “premezcla”, como se le llama a la combinación de vitaminas y minerales que aportan un porcentaje diario de estos nutrientes al niño para que pueda suplir sus carencias.
Para llegar a esa mezcla perfecta, Óscar investigó los componentes de un sinfín de posibles ingredientes para su alimento. Luego evaluó la formulación de varios productos con pruebas, análisis y estadísticas. Todos los ingredientes que escogió para la producción del alimento se adquirían en Venezuela. Era parte de su objetivo: que se pudiera producir con ingredientes que se cosecharan en el país, que no hubiera que importar.
El proyecto de Óscar era ambicioso y fascinaba a quienes se desenvuelven en el área de la nutrición y elaboración de alimentos. Entre los conocidos de sus profesores, asesoras y su tutora, una persona quiso sumar un aporte significativo desde el anonimato: financió la compra de los insumos para elaborar la premezcla, las pruebas de alimentos, los exámenes de laboratorios y el producto final.
Ajonjolí, merey, maní y cacao fueron los componentes seleccionados por Óscar para iniciar las preparaciones. En aquel entonces, luego de la reconversión monetaria del 20 de agosto de 2018, la inversión era de 700 mil bolívares (unos 1 mil 700 dólares), un monto bastante significativo y que no hubiese podido costear de su bolsillo.
Puede leer la historia completa, parte del proyecto Crecidos en la adversidad, en La Vida de Nos.
Si quieres recibir en tu celular esta y otras informaciones descarga Telegram, ingresa al link https://t.me/albertorodnews y dale click a +Unirme.