Para ellos, el “quédate en tu casa” no es la mejor opción. Vecinos de comunidades populares de Barquisimeto se la ven cuesta arriba en los días de confinamiento por COVID-19, pues sienten el golpe de una aguda situación económica y el peor estado de los servicios básicos.
Por Orozco/Hernández / La Prensa de Lara
Barriadas como 5 de Julio, La Apostoleña, La Lucha, Los Pocitos, Francisco Jiménez Valera, La Feria, La Cuesta, Zanjón Barrera y Cerro Gordo son algunos de los sectores que están pasando roncha durante los días de encierro. Residentes expresan la necesidad de trabajar para percibir ingresos, y de que algún ente gubernamental les eche una mano con luz, agua y gas doméstico.
“Ya el sueldo no nos alcanza para comer. Cada día empeora la situación, cobré la quincena y la gasté en dos harinas, un arroz, un kilo de caraotas y una mano de cambures, con eso debo vivir hasta la próxima quincena”, cuenta Jesús Álvarez, padre de 4 menores de edad, habitante de 5 de Julio. Para esta cabeza de familia ha sido una situación “muy dura”, que lo ha hecho llorar de sólo saber que en algún momento se puede quedar sin qué darle a sus hijos.
Paralelamente vecinos del barrio La Lucha, en la parte alta, denuncian que algunos comerciantes no les quieren vender los productos hasta que actualice el dólar. “Cada día se nos hace más difícil adquirir los alimentos, ya no podemos comer como antes”, comenta Karla Ordóñez, quien es madre soltera.
María Alvarado cuenta que la situación económica actual les ha obligado a pedir productos “prestados” a los vecinos y hasta a veces pedirles el favor de alimentar a sus hijos, mientras ellos buscan la manera de conseguir algo de comida para el día siguiente. “Nosotros aquí entre vecinos nos ayudamos, ya que tenemos más de un mes que no llega la caja CLAP y nuestros hijos son los que más sufren”, cuenta Alvarado con cara de tristeza.
Más al este de Barquisimeto, la situación no es distinta. Xiomara Pérez vive en una casa humilde del sector Zanjón Barrera, con su esposo, tres hijos y cuatro nietos. “La prioridad para comer aquí son los niños. Mis hijos trabajan, pero yo que limpio casas, me quedé sin trabajo porque nadie me llama, mi esposo es obrero y tampoco le ha salido nada, no llega la caja del CLAP, no hay combos ni nada de ayuda”, dijo Pérez con los ojos llenos de lágrimas.
En el barrio La Feria, Yackelín Rojas y su madre de 89 años, se sientan afuera de la casa a esperar que pase el calor, porque tenían más de cinco horas sin electricidad. “Los servicios no sirven, pero lo más triste es la comida, las dos (madre e hija) tenemos pensión que son 500 mil bolívares ambas, que no alcanzan ni para un pollo completo, comemos granos y arepa que es lo que rinde”, cuenta.
La familia Silva Rivero, que reside en la invasión Francisco Jiménez Valera, detrás del Cementerio Municipal, vive en una casa de 3 habitaciones, un baño y sala-comedor, que le construyó el gobierno hace 5 años. Es una familia de 8 integrantes: mamá, papá y 6 hijos menores de edad, siendo el mayor de 11 años y el último de 2 años.
Odalis Rivero, madre de los pequeños, cuenta que están pasando muchas necesidades ya que en el mercado mayorista, a donde va el papá de los chamos a diario, para vender sacos y matar otros “tigritos”, ya no ha encontrado trabajo por la cuarentena que tiene desolado a Mercabar. Y además ella tampoco trabaja.
“A veces mi esposo trae cambures para vender o intercambiar por alimentos para el día, a veces no trae nada y tenemos que comer lo que nos traiga mi mamá”, revela Rivero, con los ojos inundados de lágrimas.
Cuenta que prácticamente no desayunan, pues esperan lo que puedan juntar entre quitar “fiado”, colaboraciones y lo que recoge el esposo, a veces almuerzan a las 3:00 de la tarde y en la noche resuelven “rematando” con plátanos o yuca frita, “para que los niños no se levanten con tanta hambre”.
Para ellos las noches son eternas, y cuando hace mucho calor abren las ventanas para que entre un poco de fresco, pero hay noches que no soportan los zancudos ya que no tienen ventiladores.
Los 6 hermanitos duermen “apretados” en una sola cama tamaño matrimonial, incluyendo a “Eiber” quien es el mayor de 11 años y tiene una discapacidad motora. Estos mismos niños no tienen chancletas ni zapatos, a veces no se bañan por falta de agua y no tienen mucha ropa. Papá y mamá duermen en otra cama más pequeña.
“Dios y mis hijos son los que me dan fortaleza para sobrellevar esta situación”, dice Rivero, quien asegura que pasa sus noches orando, para que les llegue una ayuda.
En estas comunidades la alimentación y la precariedad de las viviendas no son el único sufrimiento. La ausencia de gas doméstico, la falta severa de agua y los constantes apagones los ponen a pasar más trabajo del que ya atraviesan.
Mayerlin de Escalona asegura que baja desde La Cuesta con tobos, a buscar agua en otras comunidades cercanas a La Ribereña, donde hay tubos matrices rotos por donde sale el líquido. “Cómo esperan que uno se bañe, que limpie la casa o que se lave las manos si no nos mandan agua”, denuncia.
La misma ama de casa asegura que debe buscar leña en las orillas de la misma avenida, con su esposo que ya tiene 60 años y sus dos hijos mayores. “Además tenemos que soportar el humo del fogón casi todo el día”, afirma.
Estas familias sólo piden un poco de atención por parte de los entes gubernamentales para que lleguen hasta ellos los beneficios que tanto necesitan, que los ayude a preservar la salud y la vida, sobre todo en esta época de cuarentena.
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