Las carreteras del país se están llenando de caminantes que huyen del hambre y la pobreza con la esperanza de encontrar un mejor porvenir cruzando la frontera venezolana. Van con ropa ligera, una maleta pequeña o con una mochila tricolor, de esas que entregaba el gobierno en las escuelas públicas cuando iniciaba el año escolar. Se ven de todas las edades, ancianos que caminan con lentitud, niños agarrados de la mano o cargados, padres de familia con la piel curtida por el sol y raquíticos por la necesidad. Son los venezolanos de la tercera oleada de migración, que sin medir los riesgos de la pandemia escapan de la emergencia humanitaria compleja de Venezuela, con un único objetivo claro: sobrevivir.
Ana Uzcátegui | La Prensa de Lara
«Señor, ¿Hasta dónde llega?, ¿me puede dar la cola hasta San Cristóbal, o sacar de aquí». Esa era la pregunta que Yazmín Álvarez, una docente de preescolar, le hizo a cada chofer de gandola, autobús o camión que se estacionaba en el peaje El Cardenalito, límite entre Lara y Yaracuy, con el propósito de llegar sin pagar un bolívar hasta Táchira. Su destino final es Perú, está a unos 4.061 kilómetros de distancia y 20 días de travesía para una nueva vida. Cuenta tan sólo con 20 dólares para el viaje, con los que piensa pagar para pasar las trochas.
«Mi sobrinos que están fuera del país me dijeron que apenas llegara a Cúcuta me iban a enviar plata a un Western Union (casa de envío de dinero) para pagar un autobús hasta Ecuador y luego a Perú. Me voy porque emocionalmente estoy contra el suelo. Mi sueldo de docente son Bs. 867 mil quincenal con los que sólo puedo comprar un kilo de harina y otro de azúcar. Me deprime darle a mi hija de desayuno todos los días agua con azúcar porque no hay más nada. ¿Tú crees que es justo después de trabajarle 15 años al Ministerio de Educación?», confesó la mujer. Salió de su casa en Urachiche, estado Yaracuy con un nudo en la garganta, y en medio de lágrimas le entregó su hija de ocho años a su suegra, con la promesa de regresar y llevársela algún día.
Yazmín no sabe dónde va a trabajar cuando esté en Perú, pero confía que como es temporada navideña alguna tienda o restaurante la contrate. Pasó a engrosar la lista de desplazados venezolanos que contabiliza Acnur, la Agencia de Refugiados de la ONU, que hasta septiembre de este año registraba 5 millones 490 migrantes criollos.
«Los venezolanos siguen saliendo del país por una situación económica catastrófica, porque no hay posibilidad de respuesta del Estado, ni capacidad para cubrir necesidades básicas, mucho menos para desarrollarse a futuro. No le están parando al COVID-19, ni al riesgo que implica caminar por varios días, dormir a la intemperie o sortear la inseguridad del trayecto. No están conscientes que pueden morir en la odisea, pero sí que pueden morir de hambre si se quedan», explicó Carmen Sequea, socióloga y especialista en salud pública.
Apuntó que esta es la tercera oleada de emigrantes que se registra en Venezuela. La primera ocurrió en 2014 luego de las protestas políticas que se desataron en marzo de ese año. «Ese primer grupo de venezolanos que salió, eran profesionales, consiguió grandes oportunidades de trabajo, incluso en sus áreas de estudio, son los que a estas alturas están establecidos y no piensan regresar. Pueden mantener a familias enteras con el envío de remesas», dijo.
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