Acusaciones, amenazas, detenciones arbitrarias, el régimen chavista ha hecho de la pandemia del coronavirus otro capítulo de su guerra sin fin. Ahora le ha tocado el turno a uno de los cuatro gobernadores de oposición, Alfredo Díaz, del estado Nueva Esparta, a quien acusan de haber permitido la llegada del exterior del contagio a la Isla de Margarita cuando todas las evidencias indican que la responsabilidad es de los mandos militares nacionales que responden a Maduro.
Pedro Benítez / ALnavío
Para el chavismo la política no es la guerra por otros medios, sencillamente es la guerra. Es su concepción de la política. Es, probablemente, el peor legado de Hugo Chávez a sus acólitos.
Desde su llegada al poder hace 20 años el motor de toda la acción chavista ha sido el conflicto permanente, la búsqueda incesante e insaciable de los enemigos de la causa. Como se puede apreciar hoy en el resto del mundo esa es una de las características fundamentales del populismo.
En ese sentido, el chavismo ha cumplido rigurosamente el libreto. Primero fue el enemigo anterior. Los gobiernos de Acción Democrática y Copei (1959-1998) contra los cuales enfiló la culpabilidad de todos los errores, de todos los fracasos. De todas las traiciones históricas. Reales o supuestas. Hugo Chávez exprimió ese argumento hasta más no poder.
Cuando el paso de los años desgastó la verosimilitud de ese discurso y no se podía seguir señalando a los ya lejanos gobiernos anteriores de los fracasos y promesas incumplidas del régimen se pasó a culpabilizar al enemigo interno: los empresarios privados. La burguesía lacaya y apátrida.
Eran ellos, los especuladores y acaparadores que provocaron la que ha sido la inflación más alta del mundo por años y el desabastecimiento generalizado. Desde modestos panaderos y comerciantes hasta grandes empresas tradicionales como el Grupo Polar. Era la guerra económica. Otro protagonista de esa etapa fue el dólar a quien se prometió pulverizar.
El otro fue el enemigo exterior: Estados Unidos. El imperio. Un actor infaltable del relato a lo largo de estas dos décadas. Siempre detrás del sinnúmero de conspiraciones, golpes de estados y magnicidios nunca demostrados. Durante la etapa de George Bush y la primera de Barack Obama la respuesta de Washington fue la inferencia. Chávez arremetió verbalmente contra el republicano aprovechando la extendida impopularidad de éste, mientras que el mercado norteamericano pagaba puntalmente la factura petrolera de hasta 100 dólares el barril. Es decir, financiaba sus delirios revolucionarios. El imperialismo era la encarnación del mal pero pagaba bien.
El nuevo objetivo de Maduro
Pues en estos días de pandemia Nicolás Maduro anda como lobo al acecho en busca del enemigo interno de ocasión. Del sujeto hacia el cual desviar la atención.
La encontró en el gobernador del estado insular de Nueva Esparta, Alfredo Díaz. Uno de los cuatro gobernadores opositores elegido contra todas la dificultades en agosto de 2017.
Se detectó un foco de contagio de la pandemia en una academia de béisbol situada en la isla luego del arribo de personas provenientes de República Dominica. Maduro respondió automáticamente señalando al gobernador. Inmediatamente vino la acusación de irresponsabilidad hasta supuesta corrupción por parte de él, sus voceros y de todo el aparato comunicacional. En un primer momento no lo afirmó abiertamente pero Maduro dejó colar la idea de la eterna conspiración.
Porque para él (esto sí lo ha dicho abiertamente) la pandemia es un ataque bilógico del Estados Unidos contra China. No tiene pruebas pero aseguran que aparecerán.
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