Representantes del sector ganadero advierten que el comercio informal, e incluso clandestino, de carne se ha disparado en el país, por lo que no existen garantías sanitarias básicas que certifiquen la calidad del producto que llega a la población.
Este no es un problema nuevo en el país, pero se ha hecho especialmente grave, porque los rebaños no están siendo sometidos a los controles sanitarios necesarios y en el país hay una escasez de vacunas, ya que la importación está paralizada, según el presidente de la Federación Nacional de Ganaderos (Fedenaga), Armando Chacín.
Un empresario del sector indicó a Banca y Negocios que la situación es efectivamente muy grave, porque se ha roto la cadena de distribución y una parte de la producción está circulando por canales informales y se vende al consumidor en condiciones no adecuadas.
La fuente precisó que alrededor de 30% o 35%, como mínimo, de la carne de res que se expende en las principales ciudades del país se vende en condiciones de informalidad y sin permisos, sin que además haya constancia de que se respete la cadena de frío y el producto se maneje de acuerdo con las normas más elementales de salubridad.
El empresario, quien habló bajo reserva, precisó que la caída del consumo está por el orden de 40% en el primer semestre, pero para las redes formales es mayor, porque hay una peligrosa competencia informal que consigue mercado, porque puede ofrecer precios relativamente mejores.
El informante manifestó que, pese a los esfuerzos que hacen los productores primarios, más de 50% de las cabezas no tiene las vacunas que necesita y está en riesgo de padecer enfermedades que pueden afectar la productividad y la oferta de carne y leche a escala nacional.
En un reportaje publicado originalmente por La Prensa de Lara, el presidente de Fedenaga, Armando Chacín, dijo que las fincas productoras del país están haciendo «malabares» para mantener el rebaño sano aún pagando las vacunas que se consiguen a precio de dólar paralelo.
«En los municipios donde se han extremado las medidas para la movilidad por el incremento de contagios por el COVID-19 también se reporta dificultad para que ganaderos puedan trasladarse a conseguir los insumos médicos y alimenticios necesarios. Incluso muchos han tenido que ir a las sedes de la Zona Operativa de Defensa Integral (ZODI), de cada entidad a protestar para que faciliten los salvoconductos que permitan el transporte de alimentos», confesó.
En la misma nota, Fernando Deibis, secretario ejecutivo del Consejo de Coordinación Agropecuario de Lara (Ccael) advirtió sobre la posibilidad de que se desate una epidemia grave que afecte a los rebaños.
Los bovinos deben estar sometidos a un plan sanitario para prevenir enfermedades con alta carga viral. Algunas vacunas deben ser aplicadas dos veces al año como la fiebre aftosa, que de no controlarse a tiempo puede ocasionar malformaciones en las pezuñas, ubres, cavidad bucal, hocico y genitales del animal. La brucelosis, infección bacteriana que se puede propagar en el aire o por contacto directo con animales infectados, la rabia o estomatitis Vesicular, que también genera malformaciones en el ganado y fiebre. Este control es indispensable para que el animal pueda ser enviado a matadero para su comercialización. A cada bovino le deben aplicar entre ocho y nueve tipos de vacunas anualmente.
«En Bolívar se está presentando un brote de enfermedades vesiculares, porque Venezuela es el único país de Latinoamérica que no ha controlado esa enfermedad. Faltan insumos biológicos, la situación de la escasez empeoró con la pandemia, cuando se cerraron las fronteras para traer esas vacunas desde Colombia y Brasil que era de donde nos estábamos abasteciendo», dice Chacín.
La desinversión y las pérdidas
Las carnicerías están operando con menos de la mitad del suministro que recibían hace dos años, tanto en cantidad como en variedad, con un rendimiento mínimo en el mejor de los casos.
Dos responsables de carnicerías en el Municipio Chacao señalaron que han recortado personal y apuntan que sus ventas están cayendo entre 25% y 30% en comparación con el año pasado, según el producto. Por supuesto, la regulación de precios que el gobierno mantiene como norma, no se puede cumplir.
«Si vendemos a precios regulados, quebramos. Las pérdidas serían inaguantables». Este es un punto neurálgico, porque si se pregunta a los productores, los expendedores finales aparecen como los más beneficiados en la cadena. Uno de los expendedores dijo que la verdad es que «vender carne pasó de ser un buen negocio a ser un problema muy grande. Y es igual para los productores. Muchos controles, mucha ineficiencia, no hay gasolina para transportar las cargas, no hay repuestos para las cavas y así se podría seguir hasta el infinito».
Los dos responsables de carnicerías consultados, reacios a ofrecer cifras concretas sobre facturación o rentabilidad, indicaron, a manera de resumen, que su margen de vida no pasa de 90 días. Los costos de mantenimiento y personal son elevados y la demanda, estiman, será peor en los próximos meses y dudan que se recupere, siguiendo cierta lógica estacional, a finales de año, especialmente por el impacto de la pandemia de Covid-19.
La carne es un lujo para la inmensa mayoría de la población. De acuerdo con la más reciente Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) el déficit promedio de consumo de proteínas de la población es de 64,9%, ya que la ingesta promedio alcanza a 17,9 gramos por día y normativamente debería ser de 51 gramos, un consumo al que ni siquiera llega el estrato teóricamente más pudiente de la población, cuyo promedio se estableció en 24,7 gramos diarios.
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