El pensionista Antonio Moreno tiembla sin control mientras convalece de una infección respiratoria en su improvisado apartamento de la Torre Viasa, un icónico edificio de Caracas que perteneció a la liquidada aerolínea bandera de Venezuela y que ocuparon varias familias sin techo hace casi 15 años.
La pared frente a su cama la decoran imágenes del fallecido presidente Hugo Chávez (1999-2013) y del guerrillero argentino Ernesto «Che» Guevara, dos de los referentes de la izquierda en el mundo y con quienes -asegura- simpatiza como buen militante del chavismo.
«Me metí aquí pensando que nos reubicarían», dice a Efe con dificultad el hombre de 61 años de edad.
Moreno, que padece parkinson desde 2014 y no sigue tratamiento alguno por falta de recursos y porque algunos de los fármacos que necesita no se consiguen en las farmacias de Caracas, vivió arrendado en varias zonas del oeste capitalino antes de ocupar el lugar.
Cuando el parkinson le ofrece un respiro pasea por el espacio sin divisiones que llama casa y que solía ser una de las oficinas del quinto piso de la aerolínea Viasa, que adquirió en 1991 la española Iberia. Seis años más tarde se declararía en quiebra, pese al prestigio y éxito comercial del cual gozó en la década de 1980.
Si mira por el amplio ventanal, se encuentra con el Teatro Teresa Carreño, el mayor del país, o con las torres de Parque Central, dos imponentes edificios gemelos que coronan el horizonte del oeste de Caracas.
Pero también con los ranchos a medio construir del barrio pobre de San Agustín, cuyo paraje es tan escarpado que es más fácil acceder a él a través de un teleférico que por carretera.
«Quiero que nos saquen», insiste Moreno a Efe sin dejar de temblar. Sin dejar de mirar las imágenes de Simón Bolívar, Hugo Chávez y José Martí que adornan las paredes de su hogar.
Plátanos fritos
En la Torre Viasa el olor a aceite quemado y plátanos fritos es la norma desde que decenas de las familias que la habitan encontraron en los tostones un medio de subsistencia.
Cada día se fríen en las calderas rebosantes de aceite cientos de kilos de plátanos verdes que luego se empaquetan a mano. Se expenden por menos de 10 centavos de dólar en cada rincón de la capital venezolana: en parques, en hospitales, en kioscos, en el Metro.
Si se suman los ingresos de cada pequeño productor, el negocio genera cerca de un par de miles de dólares cada día.
Pero son apenas un puñado cuando se reparten entre los cientos de freidores, empaquetadores y vendedores que se emplean en este negocio.
«Tranquila y acostumbrada»
El olor a tostones penetra el espacio de Moreno. También el de su vecina, la pensionista Laura Ramírez, que vive sola en una habitación que supera los 80 metros y cuenta con agua y electricidad.
Todo un lujo en Venezuela.
«Le pido a mi Dios que me ayude a salir de aquí, porque que va, ya no se puede», dice a Efe esta mujer de 61 años que trabajó para el Estado y en la economía informal.
Pero luego señala que se siente tranquila y acostumbrada tras 13 años viviendo en la torre.
Las paredes de su casa también están tapizadas con imágenes de Hugo Chávez o alegóricas al chavismo.
«Yo no oculto nada. He votado por el chavismo, todo lo que es de Chávez he votado», dice.
Moreno y Ramírez no sienten rencor por permanecer en la torre pese a su prolongado apoyo al chavismo, que aseguran no les ha abandonado.
«Una revolución no va así tan rápido, yo no me quejo», dice el hombre. «Yo soy chavista, y bueno, ahí esta Chavez», prosigue señalando una de las imágenes del fallecido líder socialista que cuelga de la pared.
«Hasta que el mar se seque estaré con esto, porque este es el único gobierno que ha ayudado a la gente humilde», añade.
«Han sucedido cosas»
Ivonne Madrid se mueve con ritmo frenético al tiempo que agita una carpeta llena de hojas.
Allí compila todos los datos de la comunidad. Ella sabe quién está enfermo, quién está en peor situación y cuántas familias viven en cada piso.
«Más de 200», dice a Efe sin titubear al hablar del número de menores en la instalación.
Relata con entusiasmo los pequeños triunfos, como cuando lograron bombear agua desde el lobby del edificio hasta los pisos superiores. Pero también cuenta con tristeza las tragedias, que han sido grandes.
«Han sucedido cosas», lamenta esta ama de casa de 53 años que sirve como líder y vocera de los habitantes de la torre.
En 2018, al menos 9 de los residentes perdieron la vida dentro del edificio en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, que les acusaron de atacar a un policía y robarle su arma reglamentaria. Y hace apenas unos meses un incendioinhabilitó los pisos 13 y 14 de la torre, lo que puso aún en mayor riesgo la estabilidad de una decena de familias.
«(La torre) no reúne lo que nosotros aspiramos, necesitamos nuestra vivienda», señala.
Madrid recaló en la Torre Viasa en 2009, cuando fue víctima de una estafa inmobiliaria. Perdió todos sus ahorros y terminó en la calle con su madre, esposo y dos hijos.
Reconoce que ha pasado mucho tiempo desde entonces. Aunque se siente tomada en cuenta por la llamada revolución bolivariana.
«Siempre estamos con ellos y nos han tomado en cuenta. Ha sido pausado. Pero sí ha habido una atención», suelta.
Esta realidad contrasta con los datos oficiales del régimen venezolano, que asegura haber entregado unos 3 millones de hogares a través de un plan social conocido como Misión Vivienda y que opera en todo el país.
«Es que la cosa con la vivienda está dura», dice Madrid, sin perder las esperanzas de que este mismo año las 140 familias que ocupan la Torre Viasa sean trasladadas a verdaderos hogares.
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