Este año, en Nantes, este de Francia, el municipio decidió sustituir la fiesta de la Natividad de Jesús por la fiesta de la Creatividad; quizás porque las palabras riman.
En la decoración pública de esta localidad cercana a la costa Atlántica fueron vedadas todas las figuras tradicionales de Navidad. Los habituales colores navideños rojo, verde, blanco y dorado cedieron paso a los del arco iris pero degradados en pastel. Más allá del dudoso gusto estético, lo que realmente importa es el trasfondo ideológico de esta movida.
Recordemos que ya en 2021 un documento de la Comisión Europea sugería no usar más la palabra “Navidad”, en nombre de la inclusión. La idea es siempre la misma: ofender a la fe mayoritaria con la excusa de no ofender a las minorías.
Pero, como dijo una vez Giorgia Meloni cuando invitó a poner pesebres en todos lados, ¿cómo puede ser ofensiva la imagen de un niño que nace pobre en un establo y trae un mensaje universal de amor y paz?
Hoy, somos todos rehenes de minorías que coartan cualquier debate en nombre de su derecho a no ser ofendidas. Minorías activas y muy ruidosas, muy visibles -indigenistas, feministas, trans, ecologistas, veganos, etcétera-, que logran mediante acciones de presión -escraches presenciales y en redes, boicot o directamente denuncia penal- imponer su criterio al conjunto. Que no puede ofenderse o será acusado de intolerante.
La reacción de los vecinos y de muchos legisladores de Nantes fue acusar a la ciudad de wokismo por este sabotaje al verdadero espíritu de la Navidad.
En Francia, tradicionalmente, las ciudades se visten de fiesta desde un mes antes de Nochebuena. Los edificios públicos y los negocios se iluminan con los colores tradicionales y se cubren de adornos navideños. Pero desde el 25 de noviembre pasado, lo que se ve en los frentes de Nantes son extrañas figuras de animales, personas y seres imaginarios, con los colores del arcoiris en degradé…
En vez del tradicional árbol de Navidad, una calesita. Y en lugar de los renos tirando del trineo de Papá Noel, supuestas obras de arte modernas, entre ellas, una “Mamá Noel”, de jogging rojo. El feminismo no podía faltar al rendez-vous de la deconstrucción.
Hasta la gastronomía tradicional —pan especiado y foie gras— es sustituida por “Meriendas de viaje, preparadas por exiliados de Mongolia, Irán, Uzbekistán y Afganistán”.
En X (Twitter) el usuario @Mr_Bugman grabó un videíto con el título “Servicio de Navidad para ofendidos”, donde atiende llamados y recapitula una queja: “A usted lo ofende Papá Noel como estereotipo de varón, blanco, heterosexual, robusto, de edad madura, con barba blanca”. El servicio le ofrece entonces: “Una persona Noel, de género fluido, edad indefinida, de contextura mediana, vestido con ropaje de una etnia precolombina”.
Es un chiste, pero para nada alejado de la realidad. La empresa encargada por el municipio de Nantes de organizar las fiestas navideñas empezó por rebautizarlas con un hueco “Viaje a Nantes” y pregona abiertamente su deseo de convertir a la Navidad en un “evento multicultural”. “¿Cómo abrir grande la imaginación y crear nuevos ritos asumiendo a la vez los desafíos del presente?”, se preguntan, astutos.
Suena conocido eso de confundir creatividad con ofensa al cristianismo… nunca visto.
La oposición y muchos vecinos de Nantes se han organizado para defender la tradición navideña y protestar contra esta alevosa “deconstrucción” de las costumbres más arraigadas en la sociedad. Un diario se preguntó: “¿El wokismo se llevó puesta la Navidad?”
La intendente, Johanna Rolland (socialista), aseguró que en Nantes se “ama la Navidad y se ama la Cultura”. ¿Creerá que una cosa no tiene nada que ver con la otra? La verdad es que no se nota el amor a una cosa ni a la otra, a juzgar por lo vulgar de la propuesta.
La Navidad es troncal en la cultura, en la civilización occidental, porque el cristianismo ha modelado nuestras sociedades, así se multiplique la incredulidad. Los valores que muchos suponen laicos llevan en realidad el sello del cristianismo: la distinción entre lo político y lo religioso, la dignidad innata de la persona humana —de la que derivan la igualdad ante la ley y los derechos individuales—, y, contra lo que sostiene el feminismo, también la igualdad de género. Pero ya sabemos que la falta de formación y de conciencia histórica es el rasgo esencial de la mayoría de los políticos de hoy.
Como premio consuelo, la municipalidad destacó que sonarán las campanas de las nueve iglesias de Nantes, eso sí, aclarando que “son antes que nada instrumentos de música…” A ver si alguien se confunde y cree oír un mensaje religioso.
La socióloga Nathalie Heinich, autora de un ensayo en el que se pregunta si el wokismo es una nueva forma de totalitarismo (por mi parte estoy convencida de que lo es), explicaba al sitio Famille Chrétienne, que “en la lógica woke, todo se interpreta en términos de oposición entre dominadores y dominados”. “De momento que un símbolo pertenece a una cultura considerada como dominante, el cristianismo, entonces hay que borrarlo, cancelarlo, para no desfavorecer o lastimar a los ‘dominados’”, sostuvo.
Lo que no contemplan estos justicieros es que el mensaje del cristianismo está justamente destinado a esos dominados; de hecho eso explica su extraordinaria expansión en tiempos del Imperio Romano. Y que hayan sido las mujeres las principales difusoras de esta fe en sus inicios.
Nantes no es la primera ciudad en tergiversar la Navidad. En Bordeaux, en 2021, el intendente ecologista Pierre Hurmic instaló un pino en hierro y acero para no “plantar árboles muertos en las plazas de la ciudad”.
Y en 2022, Estrasburgo, considerada capital de las fiestas navideñas, restringió la exposición de crucifijos en su feria de Navidad. Esto también fue decisión de una intendente ecologista, Jeanne Barseghian. En esa ocasión, hasta una socialista, Anne-Pernelle Richardot, criticó ese “wokisme à la con” (wokismo pelotudo).
También hace unos años, Madrid saludaba con el afiche de un oso, símbolo de la ciudad pero sin el menor sentido navideño.
Ecología, inclusión, feminismo… cualquier excusa es buena para ofender a la Navidad y a los cristianos. El objetivo es siempre el mismo: negar las raíces cristianas de la cultura occidental. Lo que equivale a debilitarla.
En Francia, los críticos de esta deconstrucción señalan que la campaña anti navideña es ajena a las preocupaciones de los vecinos que demandan seguridad y un reencuentro con valores comunes, de los cuales la Navidad es parte fundamental.
A un usuario que preguntó en X (Twitter) el porqué de esos raros decorados, la municipalidad de Nantes le respondió: “Porque en el siglo XXI el espíritu de Navidad es multicultural. Ya no es único sino que deja espacio a todas las confesiones o no confesiones. Porque estos momentos mágicos deberían reunir a todo el mundo bajo la misma bandera de la creatividad”.
En el material de prensa que distribuyó la municipalidad se leía: “No existe un espíritu único de Navidad: varía según la confesión, el estatus personal, la región, y es producto de múltiples influencias. ¿Qué es entonces una Navidad en el siglo XXI? El Viaje a Nantes aporta la respuesta original de la ciudad: la creatividad”.
La senadora Laurence Garnier (Les Républicains, gaullista) dijo: “Para unir a una nación, hay que compartir una herencia común. La Navidad es una herencia cristiana. Una herencia cristiana que todos no comparten pero no por eso dejamos de ser un país de tradición cristiana. Podemos unirnos en torno a eso”.
Isabel Díaz Ayuso, presidente de la Comunidad de Madrid, decía, en diciembre de 2022, al inaugurar un pesebre, que la Navidad conmemora el hecho de que “Dios mismo se incorpora a la Historia humana” y que “se tenga fe o no, es un hecho que cambió para siempre cómo nos vemos y cómo vivimos”.
Es insólita la pretensión de borrar toda referencia cristiana de una fecha que es justamente fundacional de la fe mayoritaria de Occidente para tratar de convertirla en otro desfile del orgullo de vaya a saber quién. El mal gusto, la liviandad y la oquedad de espíritu son las reglas de este inclusivismo a la bartola.
La Navidad no es multicultural, es universal, que es algo distinto. El mensaje cristiano es para toda la humanidad, sin distinción de raza, género o posición social. No se puede decir lo mismo de todas las religiones. En los países occidentales y cristianos está permitido el ejercicio de cualquier culto, sus símbolos, sus templos, sus rituales. No tienen que esconderse para profesar. ¿Se puede decir lo mismo de países no cristianos? ¿Se puede asistir a misa en cualquier país del mundo, libremente?
Como bien señala la editorialista Elizabeth Lévy, ¿acaso se atrevería la intendente de Nantes a hacer con el Ramadán o con el Yom Kippur lo mismo que está haciendo con la Navidad? ¿Les sugeriría a otras colectividades deconstruir sus fiestas y vaciarlas de todo símbolo y contenido religioso y de toda tradición?
Obviamente no, porque la única religión a la que se puede ofender gratuitamente es la cristiana. Más aún, ofenderla es una práctica alentada, defendida y hasta premiada.
“Muchos franceses que no son de cultura cristiana, como esta servidora, quieren que Francia siga siendo la Francia de sus raíces cristianas, que no excluye para nada las otras creencias”, dice Elizabeth Lévy. Y concluye: “La intendente Johanna Rolland nos ofrece la demostración de que, bajo los atavíos de la tolerancia y el amor entre culturas, el multiculturalismo consiste siempre en debilitar, incluso criminalizar, a la cultura más antigua que es la de la mayoría”.
Hace unos años la cantante Ángela Torres (nieta de Lolita) fue ecrachada por hacerse rastas. La acusaron de “apropiación cultural”, el nuevo “delito” inventado como resultado de la exacerbación de una moda identitaria que fragmenta la sociedad en infinitas comunidades cerradas, casi guetos. “No me voy a quedar de brazos cruzados mientras te apropiás de mi cultura. Nuestra cultura no es moda. Sacate las trenzas”, fue uno de los agresivos mensajes que le enviaron.
El cristianismo debería denunciar “apropiación cultural” ante estas iniciativas para vaciar a la Navidad de su sentido profundo, promovidas por los mismos “sensibles” a toda ofensa potencial o imaginaria.
A la Navidad se la despoja de su valor espiritual, se deforma su estética, se tergiversa su mensaje. No es original esta apropiación. Ya lo hicieron los comunistas soviéticos. Tras años tratando de prohibir esa fiesta y el culto cristiano, decidieron permitirlo pero resignificado. Niño, el que te da los regalos no es Papá Noel sino Papá Stalin…
No vivimos bajo el comunismo, pero hoy se pretende que lo religioso quede relegado, encerrado en lo privado. Se critican las ceremonias cristianas promovidas o acompañadas desde el poder público, pero se aplaude el culto a la Pachamama.
En el año 2000, Inés Pertiné, entonces Primera Dama, instaló un pesebre en tamaño natural en el frente de la Casa Rosada. Ahora sería imposible. Hoy la onda es cortar una torta con forma de Cristo, proyectar el arco iris sobre todos los edificios públicos de la Ciudad o forrar el Obelisco. Esas “intervenciones” públicas son defendidas por los mismos que pondrían el grito en el cielo si alguien instalara un pesebre en un sitio oficial.
Tom Holland, historiador británico especialista en Antigüedad clásica, publicó en 2020 el libro Dominio. Cómo el cristianismo dio forma a Occidente. Holland se sentía incómodo con la moral de los romanos que, entre otras cosas, toleraba la esclavitud y no concedía ningún derecho a las mujeres (eso sí era patriarcado). Por eso, empezó a reconciliarse con el cristianismo al descubrir que muchos principios que guían la vida actual, que se pretende muy poco religiosa, en realidad tienen origen cristiano: el matrimonio monógamo e indisoluble (cuyo fin era prohibir la poligamia y la facultad del hombre de repudiar a la esposa), los derechos humanos, la preeminencia del amor…
La crueldad del mundo romano, pagano, contrastaba con la compasión y la generosidad del cristianismo, dice Holland, que considera que eso explica el éxito del mensaje cristiano y la velocidad con que se expandió. El Dios que ama a sus criaturas, el Dios de Israel, fue universalizado por el cristianismo, un Dios que creó al hombre y a la mujer a su semejanza. Que amaba tanto al mundo que envió a su Hijo a sufrir una muerte horrorosa, pero una por la cual triunfó sobre sus perseguidores. “El esclavo podía triunfar sobre el maestro, la víctima sobre su torturador”, dice Holland. Esto despertó la esperanza de los últimos en aquella sociedad: los sirvientes, las mujeres, de buena o mala vida, los esclavos. Los últimos serán los primeros, es decir, la preocupación por los débiles como vocación y mandato.
Muchos occidentales gustan de proclamarse ateos, agnósticos, no cristianos, pero en el fondo lo siguen siendo, porque son parte de una historia moldeada por el cristianismo. Vivir en un país occidental, dice Holland, es vivir en una sociedad completamente saturada de suposiciones y conceptos cristianos. El cristianismo trajo la noción de universalismo y de una común dignidad de todos los seres humanos, sin distinción de género, raza, nacionalidad, incluso creencia.
Los que se llenan la boca de inclusividad y diversidad deberían saber que la iconografía de los Reyes Magos -que los muestra de razas diferentes- obedece justamente a esa vocación de universalidad del cristinanismo.
De estos dos valores fundamentales —la unidad de la raza humana y la obligación de cuidar a los débiles y a los que sufren— derivan luego valores que se dan por sentados o que se atribuyen al laicismo.
“Todos los mortales, cristianos o no, tenían derechos que derivaban directamente de Dios”, dice Holland. La evolución del concepto de los derechos humanos no procede por lo tanto de la Antigua Grecia ni de Roma y es extraño a otras culturas.
Como dice Díaz Ayuso, el cristianismo ha modelado el grueso de las naciones occidentales. Por eso es insensato -casi suicida- vaciar de sentido una fecha que no sólo es crucial para los creyentes sino que marca el nacimiento de nuestra civilización.
Libertad, igualdad y fraternidad: nadie negaría que son tres conceptos que, puestos en equilibrio, definen el ideal de la convivencia humana. Esa fórmula, que muchos creen fruto de la Razón, de la Revolución Francesa, se la debemos también a un religioso francés. El primero que la formuló, en el siglo XVII, fue un tal François Fénelon, teólogo y arzobispo católico.
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