Se anunció como medida necesaria y casi inflexible para salvar vidas: las restricciones de los vuelos desde y hacia Venezuela, que quedaron congelados al comienzo de la cuarentena que decretó el gobierno de Nicolás Maduro en marzo para frenar la pandemia de Covid-19. Sin embargo, un monitoreo revela que las limitaciones se administraron a discreción durante lo que va de pandemia. La estatal Conviasa, por ejemplo, viajó más de un centenar de veces a Cuba, Irán y Rusia, esto es, una frecuencia cuatro veces superior a la de los vuelos calificados como ‘humanitarios’.
MARCOS DAVID VALVERDE // ARMANDO INFO
La fila de hombres se formó un par de horas antes del apagón. Había denominadores comunes entre ellos: tez morena, corte militar, bluyín, franela, zapatos de gomas, morral desgastado y adustez. Esto último sobre todo lo demás.
Era el sábado 17 de octubre de 2020 en la terminal internacional del aeropuerto Simón Bolívar, de Maiquetía, y lo que esa tarde corroboró in situ Armando.Info ilustra los resultados de esta investigación: que a pesar de las restricciones que decretó al espacio aéreo para salir y entrar a Venezuela durante la pandemia, recientemente restablecidas, el gobierno de Maduro mantuvo una selecta conectividad con los países aliados al régimen a través de aviones de Conviasa que volaron al menos 56 veces a Cuba, 38 a Irán, 24 a Serbia y ocho a Rusia.
Aquella tarde de fin de semana hubo dos vuelos comerciales (y no de la empresa aeronáutica estatal venezolana) programados en medio de la Covid-19 y de las consabidas restricciones impuestas por el gobierno: uno para la Ciudad de Panamá, Panamá, y uno para Santo Domingo, República Dominicana. Los pasajeros de ambos, con tapabocas y empanizados con el hollín pegoteado en el sudor de sus cuellos y caras, estaban desde la mañana ordenados en filas en la parte externa de la terminal en una escena más parecida a la cotidianidad de una estación provinciana de autobuses que a la del aeropuerto más importante del país.
Cuando por fin, aproximadamente a la una de la tarde, los dejaron entrar a sus vuelos fue cuando vieron llegar a los hombres que, a diferencia de ellos, se formaron en el ala oeste del edificio. Ese día hubo un apagón en el aeropuerto que se prolongó al menos seis horas, que retrasó las operaciones y con el pasar de los minutos despertó el cuchicheo sobre los personajes: ¿Quiénes eran? ¿Cuál era ese vuelo que iban a abordar, que no estaba anunciado ni programado? ¿Por qué, mientras los demás buscaban las formas de huir de la incomodidad propia del apagón, ellos permanecían allí, impertérritos, inamovibles?
En los pasillos, los trabajadores y los dueños de los quioscos del aeropuerto respondían, incautos, a las preguntas al respecto: que ese era el vuelo de rutina para Teherán, la capital de Irán. “Esos salen siempre. Son misiones de entrenamiento”. ¿Aun en pandemia? “Sí. Ese vuelo no ha parado en todos estos meses”.
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