Con el estómago casi pegado al espinazo porque una arepa es su única comida al día. Con la ropa y los zapatos rotos porque el dinero no alcanza; son tan solo algunos de los innumerables problemas que impulsan a los venezolanos a emigrar a países vecinos en búsqueda de una mejor calidad de vida. Afirman que huyen del país junto su familia a pie o en cola, con la bendición de Dios y sin un bolívar en el bolsillo, retando a su suerte, porque están cansados de pasar hambre.
María B. Jordán | La Prensa de Lara
Francisco Garrido, un hombre que se dedicaba a reparar televisores en El Tigre, Anzoátegui, dijo que con lo que ganaba al día no le alcanza para mantener a sus hijos, uno de 11 y otro de 6 años, y a su esposa. Ellos tomaron la decisión de salir del país a pesar de no contar con recursos. «A veces nos acostábamos sin comer y por eso decidimos irnos a Colombia, pedimos cola y también caminamos, es fuerte, pero lo hacemos por nuestros hijos», dijo el hombre.
Esta familia el fin de semana estaba el peaje El Cardenalito, límite de Lara con Yaracuy. Tenían cuatro días de recorrido en colas de gandolas y esperaban un alma caritativa que los acercara al menos a Barinas, para de allí pasar a San Antonio del Táchira, frontera con Colombia. «Nos ha costado mucho salir de aquí» dijo Garrido, quién aseguró que su esposa ya quería devolverse a El Tigre porque tenían más de 24 horas sin comer, pues la última arepa y los pocos litros de agua que traían ya se les habían agotado.
«Mis hijos están cansados, tienen hambre, yo quería devolverme, pero recordé que en la casa pasamos más trabajo y yo se que en Bucaramanga (Colombia) vamos a conseguir trabajo para comer mejor» dijo Sandra Osorio, ama de casa, mientras que con su mano tocaba a su hijo de seis años que estaba acostado en una piedra debajo de un árbol, a escasos metros del peaje. «Él ya no tiene energías, lo que tiene es hambre», fue la amarga descripción.
En ese mismo peaje, siete adultos y diez niños, todos con destino a la frontera que comunica a Venezuela con Cúcuta (Colombia), esperaban una cola. No llevaban ni un bolívar en el bolsillo, y tenían unas 24 horas sin consumir alimento ni agua. Todos tenían como objetivo cruzar el río Táchira de manera ilegal para buscar un trabajo y tener qué comer.
Lisbeidy Wipe, es otra de las desplazadas, que pronto será una de los millones de migrantes venezolanos. Ella salió desde Píritu, en Anzoátegui con sus dos hijos, de 6 y 2 años. Iba acompañada de un morral tricolor, de esos que regalaba el Gobierno Nacional a niños escolares. Contó que salió de su casa con 30 dólares que había reunido desde hace meses, pero en el trayecto que duró al menos tres días, se gastó 20 en alimentos. «De aquí para allá veremos quién nos ayuda, seguiremos pidiendo cola» dijo.
Explica que al viajar con niños son pocos los gandoleros que ofrecen llevarlos, pues representa un riesgo para ellos. Ante la circunstancia ofreció a un chofer el pago de los últimos $10 que le quedaban para que los trasladara.
«Trabajaba en una panadería, atendía a los clientes y me pagaban tres dólares al mes, con eso no hago nada» dijo Wipe con una mirada de tristeza, pero llena de esperanza porque espera que Colombia pueda darle una oportunidad a sus hijos.
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