Ni siquiera es fácil el viaje. Para llegar a la zona donde viven los waraos del Delta del Orinoco se necesitan muchas horas, contactos, disposición, protección y alguien que te facilite un bien escaso: gasolina. Sin eso, imposible intentarlo.
Por ActualidadRT
Esa es apenas una de las dificultades. En 2007, la Cruz Roja venezolana detectó los primeros casos de VIH en esa comunidad originaria de difícil acceso y actualmente la prevalencia se estima entre el 7,22 % y el 9,55 %, según varios estudios disponibles.
«Es muy alto ese porcentaje si se toma en cuenta que en el resto del país la prevalencia es de 0,6 %. Si la situación sigue así, el pueblo puede desaparecer», comenta el infectólogo Mario Comegna, quien forma parte del Proyecto Once Trece, una iniciativa no gubernamental que ofrece ayuda sanitaria a las poblaciones más vulnerables de Venezuela.
«Dueños de la canoa»
La palabra warao significa «gente de agua», «dueños de la canoa». El vocablo tiene sentido para nombrar a una etnia que se caracteriza por el estrecho vínculo de sus miembros con las curiaras, las míticas embarcaciones elaboradas con el tronco de la palma de moriche que han cruzado los caños del delta del Orinoco por al menos 3.000 años.
Los waraos son el grupo humano más antiguo del país y la segunda comunidad indígena con mayor población, después de los Wayúu. Son nómadas, pescadores, siembran y viven en palafitos, unas construcciones que se erigen en las márgenes del río. De acuerdo con datos de 2011, en Delta Amacuro se concentran unos 40.000 waraos, que conforman una población total de 48.771 integrantes, distribuida también entre los estados Monagas, Bolívar y Sucre.
El mito fundacional de los waraos cuenta que una flecha lanzada por el indígena Etoare le permitió a la mitad de ellos escapar del cielo, donde sufrían calamidades, para vivir en la tierra donde abundaban el pescado, la palma de moriche, la yuca, los acures, los váquiros, las plantas y el Orinoco. Los que no bajaron se quedaron en el Kuimare (el mar de arriba), lamentando su suerte y convertidos en ‘jebus’: el vómito, la diarrea, las fiebres y las enfermedades peligrosas. De esa enemistad primigenia se funda su creencia en el mal.
Aunque se establecen en agrupaciones de 40 o 50 personas, hay asentamientos más grandes de unos 500 integrantes que, en su mayoría, viven en el municipio Antonio Díaz de Delta Amacuro, donde se concentra más de 70 % de esa comunidad. En ese ayuntamiento se encuentran las poblaciones de Jobure de Guayo, San Francisco de Guayo y Nabasanuka, donde las cifras de VIH preocupan a sus habitantes desde que se detectaran los primeros casos, hace 14 años. Un ‘jebu’ desconocido hasta entonces.
«En una oportunidad, en una comunidad de Jobure del Guayo identificamos a 20 jóvenes, entre 18 y 30 años, con VIH, sobre todo por contacto sexual entre hombres. Eso tiene su historia», rememora el holandés Jacobus de Waard, profesor del Instituto de Biomedicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y quien ha dedicado varios años a investigar sobre los factores de riesgo para la transmisión de enfermedades infecciosas en esa comunidad indígena.
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