Valéry Giscard d’Estaing, fallecido este miércoles a los 94 años, ha dejado en la memoria de los franceses un recuerdo más profundo por su longeva actividad política tras abandonar el Elíseo que por los siete años en los que encarnó una presidencia moderna, rompedora y muy europeísta.
Luis Miguel Pascual / EFE
Profundamente ligado a su Auvernia natal, donde comenzó y acabó su carrera política, siempre fue un europeísta convencido, tanto en su labor presidencial como tras ella, cuando presidió la convención que redactó la Constitución Europea de 2004.
Nacido el 2 de febrero de 1926 en Coblenza, la localidad alemana bajo administración francesa en la que su padre era alto funcionario, a los 18 años se enroló en la resistencia contra el ocupante nazi, lo que le valió importantes distinciones militares.
Posteriormente estudió en la Universidad Politécnica y en la prestigiosa Escuela Nacional de la Administración (ENA), creada por Charles de Gaulle para formar a las élites del país tras la Segunda Guerra Mundial.
Diputado por su región desde 1956, pronto entró en los engranajes gubernamentales, hasta que ascendió en 1959 a la secretaría de Estado de Finanzas, desde la que dio el salto tres años más tarde al Ministerio.
El primer presidente no «gaullista» de la postguerra fue elegido al frente del país el 27 de mayo de 1974, cuando tenía 48 años, el más joven hasta entonces en cruzar el umbral del Elíseo, acostumbrado a figuras más provectas.
Tras el general Charles de Gaulle, el héroe de la liberación, y su delfín, Georges Pompidou, Francia se echó en brazos de una figura más dinámica, un liberal convencido que había dirigido con éxito la economía en los últimos años y que llegaba con formas rompedoras a las esferas de un modelo de poder agotado por las secuelas de la revuelta estudiantil de mayo del 68.
En una Francia que pedía aíre fresco, su innovadora campaña, que le llevó a ser designado como el Kennedy francés, le llevó a dar la vuelta a los sondeos y desbancar en la primera vuelta al «gaullista» Jacques Chaban-Delmas y en la segunda al socialista François Mitterrand.
Tomó posesión sin el habitual chaqué y ascendió a pie los Campos Elíseos en lugar de la berlina descapotable, antesala de un mandato que buscó desembarazar del ritual casi monárquico imperante.
Con Jacques Chirac como primer ministro, exponente de la mayoría «gaullista» de las cámaras, el nuevo presidente impulsó reformas de calado como la mayoría de edad a los 18 años, la despenalización del aborto, el divorcio consentido o el final de la tutela gubernamental en la televisión pública.
En la esfera internacional, trató de mantener la singularidad francesa en el contexto de la «guerra fría», aliado de Estados Unidos pero abierto a conversar con la URSS.
Anfitrión de la primera reunión de líderes occidentales que se convertiría posteriormente en el G7, fue uno de los pocos mandatarios que se reunió esos años con el soviético Leónidas Breznev, a quien Washington buscaba aislar.
Tampoco se unió al boicot de los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980 y tardó en condenar la invasión soviética de Afganistán.
Impulsor del Consejo Europeo, de la elección del Parlamento Europeo a sufragio universal, del embrión del euro y de la Agencia Espacial Europea, puso junto al canciller alemán Helmut Schmidt las bases del eje franco-alemán, clave en la construcción de la actual Unión Europea.
Para modernizar el país, apostó por la alta velocidad ferroviaria y por la energía nuclear, pero la crisis internacional y los dos choques petroleros, frenaron el desarrollo y acabaron con la reputación que se había labrado como exitoso ministro de Finanzas de De Gaulle (1962-1966) y Pompidou (1969-1974).
Acabaron los años de expansión de la postguerra y Giscard se vio obligado a adoptar políticas de austeridad, que se sumaron a diversos escándalos, entre los que destaca el de los llamados «diamantes de Bokassa», que supuestamente le regaló el dictador centroafricano.
Todo ello, junto a la división de la derecha propiciada por Chirac -a quien nunca perdonó- contribuyó a su derrota en las presidenciales de 1981 frente a Mitterrand, que vivió de forma dolorosa.
Fuera del Elíseo, Giscard fue el único expresidente que volvió a presentarse al sufragio universal, de nuevo en su querida Auvernia, región que llegó a presidir (1986-2004), pero también en el Parlamento Europeo, al que fue elegido en 1989.
Utilizó esos cargos como trampolín para una nueva conquista del Elíseo, con la que amagó en varias ocasiones, sin que nunca obtuviera el respaldo necesario.
En 2002 vivió un nuevo momento de gloria cuando fue elegido presidente de la convención que debía redactar la Constitución Europea. Un trabajo alabado por los más europeístas, pero que se estrelló en el voto negativo en su país en el referéndum de 2005.
Giscard comprendió entonces que se había alejado demasiado del pueblo, al que trató de acercarse durante toda su carrera política, que su imagen burguesa y tecnocrática había podido más que sus intentos de presentarse como un ciudadano de la calle.
Encerrado en el castillo familiar de Auvernia junto a su inseparable esposa Anne-Aymone, los últimos años de su vida los dedicó a la literatura, una carrera que le valió para convertirse en el único presidente francés en ingresar en la Academia Francesa.
En los últimos años vivió un período de declive en su salud, con varias hospitalizaciones, las últimas en septiembre y noviembre pasados, aunque era dado de alta pocos días después.
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