En una callejuela, no muy lejos del Ayuntamiento de Atenas, Agapi Gyrichidi, asesora legal, acoge en una oficina modesta del Centro de Investigación sobre la Igualdad de Género (KETHI) a mujeres en busca de apoyo psico-jurídico.
“En Grecia, los estereotipos son todavía grandes”, lamenta. “Las mujeres piensan que tienen que ser pacientes, que las cosas se arreglarán y que serían malas madres si abandonaran el hogar”, explica Gyrichidi a la AFP.
“Nosotros intentamos insuflarles confianza y seguir adelante pese a sus miedos”, agrega la asesora.
Maria, una funcionaria ateniense de unos 30 años, víctima de los golpes de su pareja y que prefiere no revelar su verdadera identidad, estuvo dudando durante más de un año sobre si denunciaba o no a su verdugo.
Al final, se decidió el año pasado después de que su compañero la moliera a palos en plena calle de la capital. Y aunque la policía intervino, ella tuvo que acudir sola, a pie y con un ojo morado, a la comisaría de policía.
“¿Qué le has hecho?”
“En la comisaría, no entendieron en absoluto que estaba aturdida. Un policía me dijo: ‘si no denuncias ahora, te mereces los golpes’”, cuenta a la AFP.
“Otro no entendía porqué mi novio era tan violento: ‘¿pero qué le has hecho?’”, le decía, según el relato de Maria.
Además, la joven tuvo que soportar comentarios parecidos por parte de sus vecinos.
“Muchas personas consideran que las mujeres son responsables del comportamiento de los hombres, que este tipo de violencia es fruto de la pasión o que pertenece a la esfera privada y que no hay que intervenir”, comenta la joven, todavía “traumatizada”.
La Justicia condenó a su exnovio por otros delitos pero no requirió la menor indemnización para la joven maltratada.
En la sociedad griega, muy patriarcal, la violencia contra las mujeres, muy a menudo silenciada, apenas “sale del núcleo familiar”, señala Maria Stratigaki, profesora de Política Social en la Universidad Panteion de Atenas y especializada en igualdad de género.
Esta violencia “se considera como un asunto privado, el Estado no interviene. Una mentalidad alimentada también por la influyente Iglesia Ortodoxa, que defiende una imagen tradicional de la familia en la que el hombre es el jefe”, agrega.
Romper el tabú
En Grecia, los primeros centros de ayuda para mujeres maltratadas abrieron recién en 2011, “treinta años después que en los otros países europeos”, recuerda la profesora.
Estos centros están financiados con fondos europeos pero “el Estado todavía no ha dado ni un euro para apoyar a las mujeres”, insiste la activista feminista Sissy Vovou, que destaca que Grecia sigue a la cola en materia de igualdad de género.
“Detrás de las ventanas y de las puertas cerradas […] nos cuesta hacernos una idea precisa del alcance de la violencia contra las mujeres en Grecia, pues las estadísticas son poco fiables, muchas mujeres no denuncian”, recalca por su parte Theodosia Tantarou-Kriggou, presidenta del KETHI.
Con 62 centros, incluyendo 20 pisos de acogida, en toda Grecia, la Secretaría de Estado de Igualdad de Género intenta invertir la tendencia.
Pero en los pueblos, lejos de la capital, las mujeres maltratadas suelen ser reacias a mudarse a esos pisos porque están cerca de sus domicilios, subraya Sissy Vavou, cuyo movimiento milita para que las víctimas puedan ser acogidas en viviendas más alejadas de sus casas.
Durante el confinamiento, la mayor parte de la atención ofrecida por el centro de Atenas se hizo por teléfono o por videollamada, para evitar riesgos de contagio del covid-19.
“Las mujeres sienten una mayor necesidad de hablar, a menudo se sienten prisioneras en sus casas, las 24 horas del día, con su cónyuge”, indica Agapi Gyrichidi.
Este año, las llamadas a la línea telefónica de emergencia por violencia sexista aumentaron un 35%.
“El mensaje de la campaña gubernamental ‘Nos quedamos en casa pero no nos quedamos en silencio’ contribuyó a que aumentaran las denuncias”, apunta, satisfecha, Maria Syreggela, secretaria de Estado para la Igualdad de Sexos.
Poco a poco, se va abordando la cuestión, observa Maria Stratigaki, aunque “todavía queda mucho por hacer para romper el tabú”.
AFP
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