Por tradición, los rusos siempre llevan un número impar de flores a una persona viva y un número par a una tumba o monumento.
Por BBC
Pero cada dos días, Raisa Lappa, de 83 años, coloca tres rosas o gladiolos junto a la placa a su hijo Sergei en su ciudad natal, Rubtsovsk, como si no se hubiera hundido con su submarino durante una desafortunada operación de remolque en el océano Ártico en 2003.
«Tengo momentos en los que no soy normal, me vuelvo loca y pareciera que él está vivo, así que traigo un número impar», dice.
«Deberían reflotar el bote (el submarino), para que las madres podamos poner los restos de nuestros hijos (a reposar) en la tierra, y eso tal vez podría darme un poco más de paz», agrega.
Después de 17 años de promesas incumplidas, finalmente podrá ver su deseo hecho realidad, pero no porque los huesos del capitán Sergei Lappa y los otros seis miembros de la tripulación preocupen.
Con un borrador de decreto publicado en marzo, el presidente ruso Vladimir Putin puso en marcha una iniciativa para reflotar dos submarinos nucleares soviéticos del fondo limoso, reduciendo la cantidad de material radiactivo en el océano Ártico en un 90%.
El primero en la lista es el K-159 de Lappa.
Antes de que a Rusia le toque presidir el Consejo Ártico el próximo año, el mensaje que llega parece ser que el país no solo es una potencia comercial y militar en un Ártico que se calienta, sino que también es un protector del medio ambiente.
El K-159 se encuentra en las profundidades marinas a las afueras de Murmansk en el Mar de Barents, la zona de pesca de bacalao más lucrativa del mundo y también un hábitat importante de eglefino, cangrejo real rojo, morsas, ballenas, osos polares y muchos otros animales.
Al mismo tiempo, Rusia lidera otra «nuclearificación» del Ártico con nuevos barcos y armas, dos de los cuales ya sufrieron accidentes.
Legado en decadencia
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética construyeron más de 400 submarinos de propulsión nuclear, lo que daba a los adversarios una forma de tomar represalias incluso si sus silos de misiles y bombarderos estratégicos habían sido eliminados en un primer ataque repentino.
A solo 97 km de la frontera con Noruega, miembro de la OTAN, el puerto ártico de Murmansk y las bases militares circundantes se convirtieron en el centro de la armada nuclear y de los rompehielos de la URSS, así como de su combustible altamente radiactivo derramado.
Después de que cayó el Telón de Acero, las consecuencias salieron a la luz.
Por ejemplo, en 1982, en la bahía de Andreyeva, unas 600.000 toneladas de agua tóxica se filtraron en el mar de Barents desde una piscina de almacenamiento nuclear. El combustible derramado de más de 100 submarinos se mantuvo en parte en recipientes oxidados a cielo abierto.
Por temor a la contaminación, Rusia y varios países occidentales se embarcaron en una limpieza profunda, gastando casi US$1.300 millones para desmantelar 197 submarinos nucleares soviéticos, deshacerse de las baterías con el metal estroncio de unas 1.000 balizas de navegación y empezar a retirar combustible y desechos de la Bahía de Andreyeva y de otros tres sitios costeros peligrosos.
Sin embargo, como en otros países, los desechos nucleares soviéticos también se arrojaron al mar, y ahora el foco se trasladó allí.
Un estudio de viabilidad de 2019, realizado por un consorcio que incluye a la firma británica de seguridad nuclear Nuvia, encontró 18.000 objetos radiactivos en el océano Ártico, entre ellos 19 buques y 14 reactores.
Si bien la radiación emitida por la mayoría de estos objetos es baja gracias a la acumulación de sedimento, el estudio encontró que 1.000 todavía tienen niveles elevados de radiación gamma.
El 90% de esto está contenido en seis objetos que la corporación nuclear estatal rusa Rosatom sacará del agua en los próximos 12 años, según le dijo Anatoly Grigoriev, jefe de asistencia técnica internacional de Rosatom, a Future Planet de la BBC.
Se trata de dos submarinos nucleares y compartimentos de reactores de otros tres submarinos nucleares y el rompehielos Lenin.
«Consideramos que incluso la probabilidad extremadamente baja de que se produzcan fugas de material radiactivo de estos objetos representa un riesgo inaceptable para los ecosistemas del Ártico», dijo Grigoriev en un comunicado.
Nunca se ha llevado a cabo una limpieza nuclear tan radical en el mar.
La recuperación de los compartimentos del reactor implicará trabajos de salvataje en aguas gélidas que son seguras para tales operaciones sólo tres o cuatro meses al año.
Los dos submarinos nucleares, que en conjunto contienen un millón de curios de radiación, o aproximadamente una cuarta parte de la liberada en el primer mes del desastre de Fukushima, plantearán un desafío aún mayor.
Uno de ellos es el K-27, alguna vez conocido como el «pez dorado» por su alto costo.
El submarino de ataque de 360 pies de largo (118 metros) -un submarino diseñado para cazar otros submarinos- estuvo plagado de problemas desde su lanzamiento en 1962 con sus reactores experimentales refrigerados por metal líquido.
Uno de ellos se rompió seis años después y expuso a nueve marineros a dosis fatales de radiación.
En 1981 y 1982, la marina llenó el reactor con asfalto y lo hundió al este de la isla Novaya Zemlya a apenas 108 pies (33 m) de profundidad.
Un remolcador tuvo que embestir la proa después de que un agujero en los tanques solo hundiera el extremo de popa.
El K-27 se hundió después de que se instalaron algunas medidas de seguridad que deberían mantener el naufragio a salvo hasta 2032.
Pero otro incidente es más alarmante.
El K-159, un submarino de ataque de la clase November de 350 pies (107 m), estuvo en servicio desde 1963 hasta 1989.
Se hundió sin previo aviso, enviando 800 kg de combustible de uranio al fondo marino, justo por debajo de la actividad pesquera y de rutas marítimas al norte de Murmansk.
Thomas Nilsen, editor del medio en línea The Barents Observer, describe los submarinos como un «Chernóbil en cámara lenta en el fondo del mar».
Ingar Amundsen, jefe de seguridad nuclear internacional de la Autoridad Noruega de Seguridad Radiológica y Nuclear, dice que no es una cuestión de si ocurrirá o no, sino de cuándo sucederá que los submarinos hundidos contaminen las aguas si se dejan como están.
«Contienen una gran cantidad de combustible nuclear gastado que en el futuro seguramente se filtrará al medio ambiente, y sabemos por experiencia que solo pequeñas cantidades de contaminación en el medio ambiente generarían problemas y consecuencias económicas para los productos marinos y la industria pesquera», analiza.
«Agosto maldito»
Sergei Lappa nació en 1962 en Rubtsovsk, una pequeña ciudad en las montañas de Altai cerca de la frontera con Kazajstán.
Aunque estaba a miles de kilómetros del océano más cercano, cultivó un interés por la navegación y después de la escuela fue aceptado en la academia superior de ingeniería naval en Sebastopol, en Crimea.
Alto, atlético y buen estudiante, fue asignado al servicio más prestigioso de la marina: la Flota Submarina del Norte.
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