El miércoles no va a ser un día más para los casi 500 habitantes de Las Toscas, un pequeño pueblo ubicado en las afueras de Buenos Aires. Por primera vez, luego de mucho tiempo de espera, la sala de salud del lugar tendrá un médico permanente con un profesional venezolano y el pueblo entero festeja.
Con 17 kilómetros de tierra hasta la ruta, sumado a los más de 50 km pavimentados hasta la ciudad de Lincoln, se tornaba complicado para los tosqueros en caso de necesitar un médico.
Para el venezolano Óscar Ocanto la sonrisa también regresó a su vida. Con 27 años y solo 10 meses en el país, conseguir en Las Toscas un trabajo de médico y en blanco fue una alegría incomparable.
Dos caras de una misma historia: la necesidad. Por un lado, pueblos del interior con la emigración constante de jóvenes y trenes que, al no pasar, los dejaron aislados, deben lidiar con el problema de la falta de profesionales.
El éxodo de miles de venezolanos y su difícil inserción en el mundo laboral con trámites eternos de revalidación de títulos.
Solo pasaron tres años de su graduación en Maracaibo, cuando luego de su residencia como médico rural en el interior de su país, y recién casado con María, odontóloga, decidió buscar un futuro en la Argentina porque en Venezuela solo estaban sobreviviendo.
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Recién llegado a Buenos Aires, comenzó a trabajar cuidando ancianos, en tanto que su mujer lo hizo como asistente de dentista.
Hace tres meses, a través de la Asociación de Médicos Venezolanos en la Argentina, recibió una propuesta que le cambiaría la vida: ser médico en una unidad de salud en Las Toscas.
Esa entidad se ocupa de generar puestos de trabajo a médicos venezolanos para que se instalen y desarrollen su profesión en pequeños pueblos bonaerenses.
«Inmediatamente fuimos a conocer el pueblo y la gente nos recibió con los brazos abiertos. El pueblo es supertranquilo y acogedor», contó el venezolano a La Nación.
Su respuesta fue un sí rotundo. Todos los vecinos de Las Toscas se abocaron a acomodar la casa donde viviría el médico del pueblo.
La revocaron, pintaron y cada uno aportó algún mueble que les sobraba para amoblar el nuevo hogar: cama, mesas, sillas, cocina, heladera, calefactores, hasta comida en la alacena le dejaron.
El lunes pasado, con su mujer y sus tres valijas llegó para instalarse en el pueblo, y el miércoles comenzará formalmente a trabajar en la sala que tiene atención primaria y dos consultorios más donde una vez al mes recibe a un pediatra y a un nutricionista. También tiene una ambulancia para las urgencias.
Su rutina empezará a las siete de la mañana y concluirá a las dos de la tarde, de lunes a viernes, pero su trabajo, en realidad, nunca va a acabar: vivir al lado de la salita lo dejará en guardia pasiva permanentemente.
Para este médico, la vida en Las Toscas es una bendición. Desde que dejó Venezuela, solo soñaba con un esperanzador porvenir. Allá quedaron sus padres y un hermano.
«La despedida fue dura, pero mis padres rezaban mucho para que consiguiera pronto un trabajo acá. Cuando se lo conté se pusieron felices y orgullosos», concluyó.
Con información de El Nacional